8 - LA CIENCIA DEL SER HUMANO (1)
Secretos
de la oración y de la sanación
En
el siglo IV, nuestra relación con las fuerzas sutiles del mundo que nos rodea,
así como con las que están en nuestro interior, empezaron a cambiar. Cuando las
palabras que confirmaban estas relaciones fueron eliminadas de los textos donde
se habían conservado, empezamos a vemos como observadores, a contemplar
pasivamente las maravillas de la naturaleza y el funcionamiento de nuestro
cuerpo. Las tradiciones como las de los esenios y los amerindios sugieren que
nuestra relación con el mundo trasciende el papel del observador, recordándonos
que formamos parte de todo lo que vemos. En un mundo con semejante
interconexión es imposible observar pasivamente cómo cae una hoja de un árbol o
corre una hormiga por el suelo. El propio acto de observar nos coloca en el
papel de participantes.
El
físico Niels Bohr formuló, a finales de la década de 1920, una teoría
que insinuaba esta relación, y describió una visión similar en términos modernos.
Se había observado que, en el plano atómico, la materia a veces se comportaba
de forma extraña, en contradicción con la teoría aceptada. En forma
simplificada, la teoría de Bohr, conocida como la Visión de Copenhague,
postulaba que el observador de cualquier acontecimiento pasa a formar parte del
mismo tan sólo por el acto de observar.
En
el diminuto mundo de los átomos, la observación adquiere mayor importancia
cuando «los objetos del tamaño del átomo son perturbados por cualquier intento
de observarlos».' Según esta línea de pensamiento, es evidente que la ciencia
moderna está buscando un lenguaje para describir la relación de unidad que los
esenios utilizaron como base en sus oraciones.
Vernos
como independientes del mundo que nos rodea ha precipitado un sentido de
separación, una actitud de «aquí dentro» frente a un «allá fuera». Desde
nuestra infancia, empezamos a creer que el mundo «sencillamente sucede».
Algunas veces ocurren cosas buenas, otras no tanto. Parece que el mundo suceda
a nuestro alrededor, en ocasiones sin razón aparente.
Al
prepararnos para los imponderables de la vida, pasamos gran parte de nuestro
tiempo ideando estrategias para sobrevivir e ir sorteando los retos que se
interponen en nuestro camino. Las nuevas investigaciones sobre la relación
entre el poder de nuestros sentimientos y la química de nuestros cuerpos nos
hacen pensar que las implicaciones de ese punto de vista de «nosotros» y
«ellos» tienen un alcance mucho mayor, y a veces, inesperado.
Por
ejemplo, la ciencia ha demostrado que sentimientos específicos producen una
química previsible en el cuerpo que corresponde a ese sentimiento en
particular. A medida que cambiamos nuestros sentimientos, cambiamos nuestra
química. Literalmente tenemos lo que puede contemplarse como «química del
odio», «química de la ira», «química del amor» y así sucesivamente. Las
expresiones biológicas de la emoción se manifiestan en el cuerpo como los
niveles hormonales, de anticuerpos y enzimas que están presentes en nuestro
estado de bienestar.
La
química del amor, por ejemplo, afirma la vida reforzando el sistema inmunitario
y las funciones reguladoras de nuestro cuerpo. A la inversa, la ira, que a
veces dirigimos hacia dentro en forma de culpa, puede manifestarse como una
respuesta de inmunodeficiencia.
En
el verano de 1995, Glen Rein, Mike Atkinson y Rollin McCraty
publicaron un ensayo en el Journal of Advancement in Medicine. Con el
título de «The Physiological y Psychological Effects of Compassion and Anger»,
se centraba en el estudio de la inmunoglobulina A salival (S-IgA), un
anticuerpo que se encuentra en la mucosidad de los tractos respiratorios
superiores, gastrointestinales y urinarios, y que los defiende de las
infecciones. En esencia, el ensayo decía que,
«Los
niveles altos de S-IgA se asocian con un descenso de la incidencia de
enfermedades infecciosas en las vías respiratorias superiores».
El
resumen final del ensayo concluía diciendo que «la ira producía un
significativo aumento en el nivel general de trastorno de los estados de ánimo
y del ritmo cardíaco, pero no en los niveles de S-IgA. Por otra parte,
las emociones positivas, producían un significativo aumento en los niveles de
S-IgA. Al examinar los efectos en un periodo de seis horas, observamos que la
ira, por el contrario, producía una significativa inhibición del S-IgA desde la
primera hora hasta cinco horas después de la experiencia emocional 3.
Otros estudios señalan las cualidades específicas de las emociones como un
poderoso factor en la hipertensión, la insuficiencia cardiaca congestiva y la
insuficiencia de las arterias coronarias.
Vivir
como si el mundo «exterior» fuera algo separado de nosotros abre la puerta a un
sistema de creencias de juicio y a las expresiones químicas de esos juicios en
nuestro cuerpo. Por ende, tendemos a ver nuestro mundo en forma de «buenos
gérmenes» y «malos gérmenes», y usamos palabras como «toxinas» y «desechos»
para describir los subproductos de las propias funciones que nos dan la vida.
Es en este mundo donde nuestros cuerpos se pueden convertir en una zona de
conflicto para las fuerzas que están en oposición entre ellas, creando campos
de batalla biológicos que se manifiestan como enfermedades.
La
perspectiva holista de los esenios, por otra parte, ve todas las facetas de
nuestros cuerpos como elementos de una fuerza sagrada y divina que se mueve a
través de la creación. Cada una es una expresión de Dios. En un mundo
donde todo lo que sabemos y experimentamos surge de una sola fuente, bacterias,
gérmenes y los subproductos de nuestro cuerpo trabajan juntos para dotar a
nuestro cuerpo de fuerza y vida. Esta visión nos invita a redefinir las
lágrimas, el sudor, la sangre y los productos de la digestión que denominamos
«desechos», como elementos sagrados de la tierra que están a nuestro servicio,
en lugar de considerarlos subproductos aborrecibles que se han de eliminar,
desechar y destruir.
¿POR
QUÉ ORAR?
La
voz procedía de algún lugar del fondo de la habitación. Mis ojos se dirigieron
hacia la izquierda, buscando en todas las filas para localizar de dónde había
surgido la pregunta. Desde el escenario al final del salón de baile, miré a los
participantes del seminario de tres días. Siempre he considerado un honor y un
signo de confianza la oportunidad de hablar en público. Un aspecto importante
para honrar a todos los públicos es responder a las preguntas que siempre
surgen después de haber tratado cualquier tema importante. Miré las caras que
se centraban en mí.
Una
deslumbrante hilera de luces iluminaba las primeras filas desde el techo.
Cuando miré al fondo de la sala, cada fila iba quedando más en la penumbra,
hasta fundirse en una oscuridad que llegaba hasta las paredes que no podía ver.
El único signo visible a través de la sala era el verde resplandor de las
señales de salida que estaban encima de las puertas.
-¿Quién
ha hecho la pregunta?
Dirigido
por los gestos que hacían los participantes señalando hacia la izquierda, salí
del escenario y caminé por el pasillo con la esperanza de entablar contacto
visual con la persona. Un asistente de sala que llevaba un micrófono se reunió
conmigo en el pasillo a la altura de la fila hacia donde señalaban los dedos.
-Estoy
aquí -exclamó una frágil voz.
-Bien
-dije yo-. Ahora puedo verte. ¿Cómo te llamas?
-Evelyn
-susurró tímidamente por el micrófono la vocecita-. Me llamo Evelyn.
-Evelyn, ¿podrías repetir la pregunta, por favor? -le pedí.
-Evelyn, ¿podrías repetir la pregunta, por favor? -le pedí.
-Por
supuesto -respondió ella-.
Simplemente
preguntaba «por qué rezar». ¿Qué hay de bueno en eso, realmente?
Escuché
la pregunta que planteaba Evelyn. Percibía una inocencia subyacente a la
pregunta, mientras mi mente escuchaba las palabras. En mis círculos de
amistades y en mis conversaciones, el papel de la oración y su importancia eran
temas habituales. En las conferencias a larga distancia y en las vigilias a
nivel mundial coordinadas por Internet, hablábamos de las aplicaciones, de los
orígenes y de las técnicas de la oración. Con frecuencia nuestras
conversaciones iban dirigidas a aspectos específicos de acontecimientos
globales que tenían lugar en ese momento. Sin embargo, que yo recuerde nunca
habíamos hablado del propósito de la oración. En realidad, no. Evelyn estaba
haciendo bien su trabajo. Al hacer su pregunta, me estaba invitando a que
respondiera desde lo más profundo de mi ser a una cuestión que nunca me habían
planteado.
Era
uno de esos momentos que tienen lugar muy pocas veces. De algún modo su
pregunta se abría camino entre los centinelas de la lógica y del razonamiento,
para abordar la realidad del momento. No tenía muy claro lo que iba a decir.
Abrí la boca para responder a la pregunta de Evelyn, con confianza absoluta en
el proceso que se estaba desarrollando entre nosotros. Una a una, las palabras
fueron saliendo de mi boca, en el preciso instante en que se iban formando.
Aunque no estaba especialmente sorprendido, sentía admiración por el proceso,
por la facilidad con la que fluía cada palabra y por lo conciso de mi
respuesta.
-La
oración -empecé- es para nosotros como el agua para una semilla.
¡Eso
fue todo! Mi respuesta era completa. El silencio inundó la habitación. Los
participantes y yo hicimos una pausa para reflexionar sobre el poder de esas
once palabras. Pensé en lo que había dicho. La semilla de una planta es
completa en sí misma. Bajo las circunstancias apropiadas, la semilla puede
conservarse durante siglos de ese modo, con una rígida capa que la protege de
otras posibilidades. Sólo con el agua, la semilla alcanzará su mayor expresión
de vida.
Nosotros
somos como semillas. Venimos a este mundo completos, con la semilla de poder
ser algo aún más grande. Nuestro tiempo en común, en presencia de los cambios
de la vida, despierta en nuestro interior las posibilidades superiores del amor
y la compasión. Con la oración florecemos para completar nuestro potencial.
Evelyn
esbozó una sonrisa en su rostro. Sentí que ella ya conocía la respuesta que tan
hábilmente me había sonsacado. Era como si supiera que los demás participantes
se iban a beneficiar de escuchar las palabras que, aparentemente, yo no habría
dicho ese día. A principios del siglo XX, el profeta y poeta Kahlil Gibran
afirmó que el trabajo que hacemos en la vida es nuestro amor hecho visible. Con
su valor para ponerse en pie en una sala con varios cientos de personas, la
mayoría desconocidas para ella y hablar tímidamente por el micro, Evelyn me
sacó una respuesta que fue útil para todos en aquel momento. Desde ese día, esa
misma respuesta me ha servido para muchas otras personas en otras ciudades.
Evelyn y yo hicimos bien nuestro trabajo en común, nuestro amor hecho visible.
MÁS
ALLÁ DE LAS PALABRAS
Recuerdo
que cuando era niño había rezado mucho. Repetía mis oraciones tal como me las
habían enseñado, a la hora de comer, de dormir, durante las vacaciones y en
ocasiones especiales. Durante esos momentos de oración daba gracias por las
cosas buenas de mi vida y pedía reverentemente a Dios que cambiara las
situaciones que me herían o que causaban sufrimiento a los demás. Con
frecuencia mis oraciones eran para los animales.
Siempre
me había sentido especialmente cerca del reino animal, y me tomaba la libertad
de compartir nuestro hogar con los animales salvajes que encontraba en los
bosques de los alrededores de nuestra casa al norte de Missouri. Al no
dejármelos tener dentro, mis amigos animales solían competir por el espacio en
la furgoneta de la familia que teníamos en nuestro pequeño garaje. En cualquier
momento, podía haber una representación de casi todo tipo de animal en la
reserva del garaje, una parte de nuestra casa que mi madre llegó a llamar el
«zoo».
Recuerdo
sentir que nuestro hogar era una especie de refugio, un techo para los
residentes hasta que estos pudieran volar, correr, nadar o regresar a su
entorno natural. A veces los animales estaban enfermos o heridos. Los
encontraba en el bosque abandonados con los huesos rotos, el pico destrozado o
sin alguna extremidad, teniéndose que valer por sí mismos. Al mirar atrás,
ahora me doy cuenta de que algunos de mis huéspedes sencillamente eran
demasiado torpes para escapar de mi bienintencionado «rescate».
Al
vivir en hábitats hechos a medida -recipientes individuales, jarras de cristal
y bañeras adaptadas-, cada animal tenía su propia etiqueta, en la que
identificaba meticulosamente la especie, el lugar donde lo había encontrado y
sus alimentos favoritos. Al tratar de comprender por qué algunos animales eran
abandonados por los de su propia especie, amigos y parientes, recordaba que esa
era la «ley de la naturaleza». Recuerdo que pensaba:
«¿Y
si ayudara un poco a las leyes de la naturaleza? ¿Y si lo único que necesitan
estos animales es estar unos cuantos días en un lugar seguro y bien alimentados
para curarse de sus heridas?».
Mi
razonamiento era que, tras un breve período de recuperación, los animales
podrían regresar a su vida salvaje para afrontar cualquier cosa que la vida les
reservase. Si vivían un día o muchos más, me traía sin cuidado. Lo que me
importaba era que el animal dejara de sufrir. Incluso aunque ese animal se
convirtiera en la comida de otro al día siguiente, mientras tanto estaría
fuerte, sano y sin dolor.
Rezaba
por los animales cada noche. Unas veces mis oraciones funcionaban, otras no.
Nunca comprendí por qué. Si Dios estaba en todas partes, escuchando, ¿por que
dudaba en responder? Si podía escuchar todas mis plegarias y responder a
algunas de ellas algunas veces, ¿por qué no hacía lo mismo en otro momento con
otro animal? No comprendía esa incoherencia.
A
medida que me fui haciendo mayor seguí rezando. Aunque pensaba que ya lo hacía
como un adulto, los temas de mis oraciones en realidad no habían cambiado.
Todavía hablaba con «los poderes que son» en nombre de los animales de mi vida.
Tanto para aquellos que corrían libremente como para aquellos que yacían
aplastados al borde de la carretera, pedía bendiciones para que tuvieran viajes
seguros y paz en su otra vida.
Aunque
siempre había rezado también por las personas, durante esta época mis oraciones
por los demás se extendieron más allá del círculo de mis parientes y amigos.
Además de rezar por mi familia, amigos y seres queridos, también dirigía mis
oraciones a personas a las que no conocía. Las conocía sólo como rostros
anónimos que aparecían en la pantalla del televisor en blanco y negro que
teníamos en la sala de estar, o que me miraban desde las páginas de las
revistas Look y Life. Cuando rezaba por la vida de los animales y
de las personas, también lo hacía para remediar la causa de su sufrimiento en
este mundo.
Al
final, mis sentimientos sobre la oración empezaron a cambiar. Concretamente,
fueron los sentimientos que tenía mientras oraba los que cambiaron. Tenía la
sensación de que faltaba algo. Aunque el sagrado momento era reconfortante
hasta cierto punto, siempre sentía que tenía que haber algo más. Con frecuencia
notaba una sensación de reproche en mi interior, un antiguo sentimiento de que
la oración que acababa de repetir en ese momento era sólo el principio de algo
más grande. Sentía que había un momento en que las personas nos acercábamos
entre nosotras, y que también estábamos más próximas a las fuerzas invisibles
de nuestro mundo. Al no haber religión ni ritual, intuía que la oración en sí
misma era la clave de esa proximidad. Sabía que en alguna parte, entre las
neblinas de nuestra antigua memoria colectiva, debía haber algo más respecto al
lenguaje silencioso que nos permite entrar en comunión con las fuerzas sutiles
de este mundo y del más allá.
A
principios de los noventa, tuve el primer indicio de por qué sentía que mis
oraciones eran incompletas. La pista se presentó un día inesperadamente; mientras
hojeaba una copia de un texto antiguo que me había dado un amigo. Lo que
distinguía a este documento de obras similares era que el traductor había
recurrido al lenguaje original de los autores para sus referencias, en lugar de
utilizar las palabras de otros eruditos, posiblemente distorsionadas con el
tiempo. Allí, en las nuevas traducciones de los manuscritos arameos originales,
se encontraban los detalles de cómo unir los tres componentes de la oración en
una fuerza poderosa que guiara nuestras vidas.
El
texto que mi amigo me había dejado era una recopilación de un conocido erudito
sobre estudios del mundo antiguo, Edmond Bordeaux Szekely, el nieto de Alexandre
Szekely, que había recopilado la primera gramática tibetana hacía más de
150 años. Las traducciones de Szekely hechas a partir de la versión aramea
original de los Evangelios, ilustraban el rico lenguaje de las oraciones e
historias narradas por Jesús y sus discípulos. Todavía me maravillo de la
claridad que tales traducciones continúan proporcionando sobre las enseñanzas y
la ciencia de la oración. Si se revisa este trabajo desde la perspectiva de la
física cuántica, vemos sutilezas que se han perdido en otras traducciones
hechas posteriormente.
Según
la visión de los autores arameos, por ejemplo, la forma en que se desarrollan
en nuestra vida una serie de acontecimientos es sólo una cuestión de enfoque.
Tanto si pensamos en la historia global como en nuestra sanación personal, los
antiguos eruditos nos recuerdan que todas las posibilidades ya han sido creadas
y que están presentes. En lugar de forzar soluciones para las cosas que nos
suceden en la vida, se nos invita a elegir con qué posibilidad identificarnos y
vivir como si ya hubiera sucedido.
Esto
no quiere decir que impongamos nuestra «voluntad» sobre los demás en la forma
de la oración. Lo que proporciona la sutil diferencia es más bien nuestra
predisposición a aceptar cualquier posibilidad sin prejuzgarla, conscientes de
que podemos atraer o repeler cualquiera de ellas mediante las elecciones que
hacemos en nuestra vida. Elegir un resultado a través de la oración no
garantiza que este sucederá; nuestra oración sencillamente invita a esa
posibilidad. Ahora la pregunta es: ¿cómo podemos atraer resultados concretos a
nuestro presente mediante la oración?
CUANDO
TRES SE CONVIERTE EN UNO
Por
sus escritos sabemos que los antiguos esenios creían que nos comunicábamos con
nuestro mundo a través de nuestras percepciones y sentidos. Cada pensamiento,
sentimiento, emoción, respiración, nutriente, movimiento o la combinación de
cualquiera de ellos, era considerado como una expresión de la oración. Según la
visión de los esenios, según sentimos, percibimos y nos expresamos durante el
día, estamos orando constantemente.
Mediante
el don de la poesía y las metáforas de su tiempo, los textos esenios nos
recuerdan que nuestro cuerpo, corazón (sentimientos) y mente trabajan juntos,
casi de la misma manera que un carro, el caballo y el conductor.' Aunque
considerados de forma independiente, los tres trabajan mano a mano para
proporcionarnos nuestras experiencias en la vida. En esta analogía, el carro es
nuestro cuerpo y el conductor nuestra mente. El caballo representa los
sentimientos de nuestro corazón, el poder que conduce al caballo y al conductor
por la senda de la vida. Gracias a la fuerza de nuestro cuerpo físico, la
experiencia de la sabiduría de nuestro corazón y la pureza de nuestras
intenciones son las que determinan la cualidad que dominará en nuestra vida.
Si
la oración es en realidad el lenguaje olvidado a través del cual escogemos las
posibilidades y los resultados que queremos conseguir en nuestra vida, en un
sentido muy real cada momento de nuestra existencia puede ser considerado como
una oración. En cada instante de nuestro estado de vigilia o de sueño, si
estamos pensando, sintiendo y teniendo emociones, estamos contribuyendo a las
situaciones que se producen en el mundo. La clave es que unas veces nuestras
contribuciones son directas e intencionadas, mientras que otras podemos estar
participando indirectamente, sin ni siquiera ser conscientes de nuestra
contribución.
Este
último tipo de experiencia puede ser el que describan las personas que sienten
que la vida «les sucede». Las personas que tienen esta experiencia suelen
sentir que son «espectadores» que simplemente observan los procesos de la vida
que tienen lugar a su alrededor entre sus amigos, familiares y seres queridos,
incluso en la propia Tierra. Los sentimientos de esta experiencia varían desde
la admiración y asombro por el nacimiento de un bebé hasta una sensación de
impotencia ante la trágica pérdida de las vidas humanas en tiempos de guerra o
por desastres naturales. La crisis de Kosovo de 1999, o la indignación por la
matanza en una escuela pública, son ejemplos de tales momentos de impotencia.
Los
textos recientemente traducidos, algunos de los cuales tienen más de dos mil
años, nos ofrecen otra forma de participar activamente para «hacer algo»
durante este tipo de situaciones de la vida. Al reconocer la eficacia del poder
silencioso de la oración, los antepasados describen un método de oración
conocido en la actualidad como oración activa. Cuando estos componentes de la
oración se fusionan en uno solo, se nos presenta un puente para comunicarnos
con el lenguaje de la creación. Gracias a este puente podemos elegir el
resultado de una situación entre una serie de posibilidades.
Quinientos
años antes del nacimiento de Jesús, los maestros esenios nos invitaron a
concentrar el poder de los elementos individuales de la oración -pensamiento,
sentimiento y emoción, que experimentamos como mente, corazón y cuerpo- en un
solo resultado. La clave del dominio de esta técnica se encuentra en un solo
pasaje:
«Siete
son los senderos que cruzan el Huerto Infinito, y cada uno deberá transitarse
con el cuerpo, el corazón y la mente como uno...».5
Es
esta fuerza unificada del lenguaje celestial, que se manifiesta en nuestro
cuerpo, la que llena de vida nuestras oraciones y nos asegura que «cualquiera
que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar, no vacilando en su
corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará» (Mc
11,23).
Piensa
en los efectos de la oración con la ayuda de un sencillo modelo. Hace más de
cincuenta años, en 1947, el doctor Hans Jenny desarrolló una nueva
ciencia para investigar la relación entre la vibración y la forma.' Mediante
estudios bien documentados, el doctor Jenny demostró que la vibración producía
geometría. Es decir, al crear una vibración en un material que podemos ver, la
forma de la vibración se hace visible en ese medio. Cuando cambiamos la
vibración, cambiamos la forma. Cuando regresamos a la vibración inicial, vuelve
a aparecer la forma inicial. A través de una serie de experimentos realizados con
distintas substancias, el doctor Jenny produjo una sorprendente
variedad de dibujos geométricos, desde algunos muy complejos
hasta otros muy simples, en materiales como agua; aceite, grafito y azufre en
polvo. Cada dibujo era sencillamente la forma visible de una fuerza invisible.
La
importancia de estos experimentos es que con ellos el doctor Jenny probó, sin
lugar a duda, que la vibración crea una forma previsible en la substancia en la
que es proyectada. Pensamiento, sentimiento y emoción son vibraciones. Al igual
que las vibraciones en los experimentos del doctor Jenny, las vibraciones del
pensamiento, del sentimiento y de la emoción crean un trastorno sobre la
materia en la que son proyectados. En lugar de agua, azufre y grafito,
proyectamos nuestras vibraciones sobre la refinada substancia de la conciencia.
Cada una tiene un efecto.
En
el capítulo vii hablamos de que la ciencia nos insinúa que nuestro futuro puede
que ya exista en forma latente en el caldo de la creación como una de entre
muchas «posibilidades». A medida que cada día elegimos cosas nuevas en nuestra
vida, vamos despertando otras posibilidades y ajustamos el resultado final.
Esta visión implica que cada vez que pedimos algo en la oración, existe la
posibilidad de que nuestra petición ya esté en curso.
Si
esta visión del mundo es correcta, entonces en el zoo del garaje de mi
infancia, por ejemplo, cada pico roto, miembro sesgado y hueso fracturado era
uno de los posibles resultados para ese momento. En ese mismo instante, también
existía otra situación en que cada uno de esos animales a mi cargo ya estaba
sanado. Las dos situaciones ya existían. Cada posibilidad era real.
La
clave para elegir un resultado entre los muchos posibles reside en nuestra
habilidad para sentir que nuestra elección ya está sucediendo. Vista la
anterior definición de la oración de otro modo, como «sentimiento», se nos
invita a hallar la cualidad del pensamiento y de la emoción que produce ese
sentimiento: vivir como si el fruto de nuestra plegaria ya estuviera en camino.
Sentimiento-Emoción-Pensamiento
Figura 1.
Figura 1.
Pensamiento, sentimiento y emoción como patrones no alineados.
Al no haber unión, pueden perder su enfoque.
¿Como podemos beneficiamos del efecto de nuestro pensamiento y emoción, Si
cada patrón se mueve en una dirección distinta?
Si, por otra parte, los patrones de nuestra oración se centran en la
unión,
¿Cómo puede el «material» de la creación no responder a nuestra
plegaria?
Cuando
pensamiento, sentimiento y emoción no están alineados, cada uno puede ser
considerado como una fase distinta de la otra. Aunque existan pequeñas zonas
comunes, la mayor parte del patrón no está centrado, y trabaja en direcciones
distintas, independiente del resto. El resultado es una dispersión de la
energía.
Por
ejemplo, si pensamos: «Elijo a la pareja perfecta de mi vida», se libera un
patrón de energía que expresa ese pensamiento. Cualquier sentimiento o emoción
que no esté sincronizado con nuestro pensamiento no podrá infundir fuerza a
nuestra elección de encontrar una pareja perfecta. Si nuestros patrones no
están alineados debido a sentimientos de que no somos merecedores de tener una
pareja así de perfecta o por emociones de miedo, estos pueden truncar que se
materialice nuestra elección. En este estado no alineado puede que nos
encontremos preguntándonos por qué nuestras afirmaciones y oraciones no han
funcionado.
Pensamiento
Figura 2.
Figura 2.
El pensamiento no está alineado con el sentimiento y la emoción.
Esta situación puede hacer que nuestra oración se disperse y no surta
efecto.
Mediante
estos sencillos ejemplos, vemos claramente por qué la oración puede aportar el
mayor de los cambios cuando sus elementos están centrados y alineados entre sí.
Sin
usar la palabra oración, y sin duda de un modo menos técnico, la idea de
unificar el pensamiento, la emoción, el sentimiento y vivir desde el lugar del
deseo que se aloja en nuestro corazón ya fue presentada a principios del siglo
XX, pero con un lenguaje muy distinto. El trabajo de Neville, que afirma el
quinto modo de oración y da por hecho que nuestra plegaria ya se está
produciendo, nos lo expone de este modo:
«Te
has de abandonar mentalmente a tu deseo que se ha cumplido gracias a tu amor
por ese estado, y al hacerlo, vive en el nuevo estado y abandona el antiguo».'
Las
descripciones de Neville sobre nuestra habilidad para cambiar los
resultados y escoger posibilidades nuevas en la vida, aunque eficaces puede que
no tuvieran mucho sentido para las personas de principios del siglo XX. Al
igual que ha sucedido con muchos pensadores cuyas ideas se adelantaban a su
tiempo, poco se supo de la obra de Neville hasta después de su muerte en 1972.
Visiones
como esta nos permiten contemplar la oración como un lenguaje y una filosofía
que une el mundo de la ciencia y del espíritu. Al igual que otras filosofías
utilizan modos de expresión únicos y vocabularios especializados, la oración
tiene un vocabulario propio en el lenguaje silencioso del sentimiento. A veces
una idea que tiene sentido para nosotros en un lenguaje, en otro con el que no
estemos familiarizados tiene muy poco. Sin embargo, el lenguaje existe.
La
filosofía de la paz, por ejemplo, se puede expresar a través de
lenguajes tan diversos como el de la física o el de la política, así como el de
la oración.
Figura
3.
«...Cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar, No
vacilando en su corazón sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se
hará» (Marcos 11,23).
La clave para que la oración sea eficaz es la unión del pensamiento, del
sentimiento y de la emoción.
Por
ejemplo, la paz suprema según la física puede ser descrita como la ausencia de
movimiento en un sistema. En ese lenguaje, cuando la frecuencia, la velocidad y
la longitud de onda llegan a cero, el sistema está en reposo y tenemos paz. En
la política, la paz se puede interpretar como el fin de la agresión o la
ausencia de guerra. Nuestras oraciones pueden ser pensadas del mismo modo.
Mediante
el lenguaje de la oración, la paz puede ser descrita en forma de ecuación, como
lo que acerca la oración a nuestra ciencia en la que muchos se han atrevido a
creer. En lugar de ecuaciones de números y variables, la lógica, el sentimiento
y la emoción se convierten en los componentes de la ecuación de la oración. Con
la forma de una prueba matemática estándar -si esto y esto es así, entonces
presenciamos tal y tal resultado-, la ecuación de la oración activa se puede
contemplar del siguiente modo:
Si,
Pensamiento
= emoción = sentimiento
Entonces,
El
mundo refleja el efecto de nuestra oración.
Con
esta unión las fuerzas de nuestra tecnología interior se pueden concentrar y
aplicar en el mundo exterior. Cuando alineamos los componentes de la oración,
estamos hablando el lenguaje silencioso de la creación: el lenguaje que mueve
el monte, acaba con las guerras y disuelve los tumores.
La
belleza de la oración radica en que no es necesario saber exactamente cómo
funciona para beneficiamos de sus milagrosos efectos. En esta tecnología
universal, sencillamente se nos invita a experimentar, sentir y reconocer lo
que nuestros sentimientos nos están comunicando. Nuestras oraciones cobran vida
cuando enfocamos el sentimiento de anhelo que reside en nuestro corazón, en
lugar de enfocar el pensamiento que gobierna el mundo de la razón.