Volver a escribir nuestro futuro en los días de la profecía
Hacía apenas unos momentos estaba solo. Caminaba por la vieja carretera que iba paralela al valle hacia el oeste, me abría paso a través de las matas de salvia que me llegaban hasta el pecho, todavía mojadas por la helada matinal. La tierra estaba blanda y seca bajo una fina capa de hielo que se rompía bajo mis pies. A cada paso, mis pies se hundían en la frágil mezcla de arcilla y tierra e iba dejando tras de mí la marcada huella de las suelas de mis botas de trabajo en el suelo del desierto.
Busqué
en el resplandor del alba y pude ver a alguien que se dirigía hacia mí. Cuando
entrecerré los ojos para enfocar mejor, pude ver que se trataba de Joseph.
Habíamos acordado encontramos, como solíamos hacer, sencillamente para caminar,
charlar y compartir la mañana. Los primeros rayos del sol de invierno proyectan
largas sombras por detrás de los impresionantes montes Sangre de Cristo que se
alzan al este. Los dos estábamos de pie dando la espalda a las montañas y
contemplando la espléndida vista que teníamos ante nosotros.
Nos encontrábamos al borde de un valle de más de 50.000 hectáreas de una salvia especialmente aromática; Joseph se detuvo y respiró profundamente.
—Todo este campo —empezó— hasta donde alcanza nuestra vista, actúa como
una sola planta. -Sus palabras formaban pequeñas nubes de vapor cuando su
aliento se fundía con el frío aire de la gélida noche.
»Hay muchos arbustos en este valle -prosiguió- y cada planta está unida a las otras mediante un entramado de raíces que no podemos ver. Aunque ocultas a nuestros ojos, las raíces están ahí, debajo del suelo. Todo el campo es una familia de salvia. Como en toda familia -explicó- la experiencia de un miembro es compartida en cierto grado por todos los demás.
Escuchaba lo que Joseph me decía. ¡Qué hermosa metáfora!, pensé, sobre cómo estamos interconectadas las personas a través de la vida.
Aunque
podamos ver muchos cuerpos que creemos que son extraños, que viven vidas
independientes y que no están relacionadas, hay un hilo de conciencia que nos
une formando una familia. Estamos conectados mediante un sistema invisible. Sin
embargo, la conexión existe como lo que algunos han denominado «mente
universal»: el misterio de nuestra conciencia. Al igual que las plantas de
salvia, todos estamos relacionados durante nuestro viaje por este mundo. En el
plano de la conciencia, todos somos uno.
A
veces los grandes misterios de la vida se aclaran sólo cuando dejamos de pensar
en ellos. Aunque podamos conocer la información en nuestra mente, el
significado de un misterio se ha de sentir antes de poder vivirlo. En la
inocencia del momento, compartir la experiencia de otra persona se convierte en
un catalizador que despierta una nueva comprensión dentro de nosotros mismos.
Ahora sé por qué.
Con frecuencia pienso en ese mañana, admirado por la elocuente simplicidad con la que Joseph describía la relación entre las plantas de salvia. Además 'de comprender de qué modo están conectadas, la explicación de Joseph también describió las posibilidades de semejante relación. Por ejemplo, cuando un área de salvia desarrolla una tolerancia a un insecto o a un producto químico en particular, toda la familia demuestra la misma tolerancia. La clave es que muchas se benefician de la experiencia de unas pocas. Los últimos estudios sobre el efecto de la oración masiva —muchas personas enfocadas en un tema en común— confirman relaciones similares en la conciencia humana. Se ha demostrado que la calidad de vida de un vecindario se ha visto afectada por la oración dirigida de unas pocas personas.
Casi universalmente, las antiguas tradiciones creen que la relación entre nuestro mundo cotidiano y nuestro mundo interno de la conciencia es todavía más profunda. Ver nuestros cuerpos y la Tierra como espejos que se reflejan el uno al otro, nos indica que los extremos que vemos en uno se pueden considerar como metáforas para los cambios dentro del otro. Esta forma de pensamiento relaciona los patrones destructivos del tiempo y de las tormentas, por ejemplo, con el estado de conciencia inestable de las personas donde tienen lugar esos fenómenos. Al mismo tiempo, estas visiones holistas sugieren que los terremotos de gran intensidad, las tormentas que ponen en peligro la vida y las enfermedades pueden ser aminoradas, o incluso erradicadas, mediante cambios sutiles en nuestro sistema de creencias.
Si estas relaciones existen, entonces, quizá por primera vez podamos mirar hacia el siglo XXI con un nuevo sentido de confianza. Más allá de las antiguas profecías sobre una tercera guerra mundial y de las predicciones de catastróficas pérdidas de vidas y del caos de final de milenio, el antiguo secreto de la oración de 2.500 años, puede suponer una extraordinaria oportunidad para definir nuestro tiempo de un modo que sólo hemos visto en sueños. En lugar de protegemos contra los acontecimientos que pensamos que tienen poder sobre nosotros, podemos elegir las condiciones que afirman la vida, que trascienden la enfermedad y el sufrimiento, y la guerra en nuestro futuro.
TEMPLOS SUAVES
Los eruditos gnósticos, en el lenguaje de su tiempo, apelaron a las generaciones futuras para recordar que la Tierra está en nosotros, que nosotros estamos en ella, y que ambos estamos íntimamente involucrados en todo lo que experimentamos. Las nuevas traducciones de los documentos esenios de las cuevas del mar Muerto ilustran un conocimiento aún mayor, y a veces incluso inesperado, de sus autores. La motivación en las ceremonias, rituales y estilo de vida de las primeras comunidades esenias era su profunda convicción de honrar el vínculo vivo que une a toda forma de vida, en todos los mundos.
Los maestros esenios veían nuestro cuerpo como un punto de convergencia a través del cual se unen las fuerzas creativas para expresar la voluntad de Dios. Consideraban nuestro tiempo juntos como una oportunidad para compartir las experiencias de ira, rabia, celos y odio que ocasionalmente rehuimos y juzgamos en nuestra vida. Es también a través de estos mismos cuerpos que pulimos las cualidades de amor, compasión y perdón que nos elevan a la mayor expresión de nuestra humanidad. Por esta razón, consideraban el cuerpo como un lugar sagrado, un suave y vulnerable templo para nuestra alma.
Dentro de nuestro cuerpo-templo es donde las fuerzas del cosmos se unen como una expresión de tiempo, espacio, espíritu y materia. Más concretamente, dentro de la experiencia del tiempo y del espacio es donde el espíritu trabaja a través de la materia para realizar la máxima expresión de honrar la vida. Curiosamente, los eruditos de Qumrán enfocaron un lugar en particular dentro del cuerpo, en lugar de enfocar el propio cuerpo como escenario de la expresión divina. En las palabras de un fragmento hallado en los manuscritos del mar Muerto, se nos recuerda que a través de nuestro cuerpo hemos,
«Heredado
una tierra santa...; esta tierra no es un campo para ser arado, sino un lugar
en nuestro interior donde podemos construir nuestro sagrado templo».
En
los lugares más recónditos de los antiguos templos se encuentran las partes más
sagradas del santuario. En los templos de Egipto, por ejemplo, la
capilla más sagrada está situada en la parte más profunda del complejo. Las
desgastadas escrituras hacen referencia a una sola estancia, con frecuencia
pequeña en comparación con el resto de la estructura, situada entre pasillos
sinuosos y capillas preparatorias, como el beth elohim, la más sagrada
de las más sagradas.
En
la capilla más sagrada de todas es donde el espíritu invisible alcanza la
materia física de nuestro mundo.
Si trasladamos esta metáfora desde los duros templos de piedra hasta los suaves templos de la vida, nuestro cuerpo también ha de tener un lugar que sea el más sagrado entre todos. Quizá de un modo que hoy en día todavía tenga que ser reconocido por la ciencia, la porción más interna de nuestros templos vivos representa el lugar sagrado donde el cuerpo de la materia es alcanzado por la respiración del espíritu. ¿Existe semejante lugar dentro de nosotros?
En un informe de la tercera conferencia anual de la International Society for the Study of Subtle Energies and Energy Medicine [Sociedad Internacional para el Estudio de las Energías Sutiles y para la Medicina Energética], los científicos han demostrado que la fuerza invisible de la emoción cambia realmente la molécula física del ADN. El estudio basado en rigurosas pruebas con personas capaces de controlar sus emociones, así como con un grupo de control sin ninguna formación especial, indicaba que «las personas entrenadas para generar sentimientos de amor profundo... eran capaces de provocar un cambio intencional en la conformación [forma] del ADN». Cualidades emocionales específicas, producidas a voluntad, determinaron en qué grado y hasta qué extremo estaban enrolladas las dos cadenas de la molécula de la vida.
Este estudio es importante por una serie de razones. El modo en que nuestro bloque básico de desarrollo de la vida está configurado desempeña un papel importante en cómo se repara el ADN y reproduce en nuestros cuerpos. La pregunta respecto a qué es lo que determina la forma de la molécula del ADN sigue en pie. Estos informes, que confirman la larga sospecha de que la emoción afecta en gran manera a nuestra salud y calidad de vida, ahora nos demuestran, quizá por primera vez, que esta es el vínculo que faltaba, una línea directa de comunicación con el propio núcleo de la vida.
¿Podrían
las referencias de los manuscritos del mar Muerto a una «tierra santa..., un
lugar dentro de nosotros donde podemos construir nuestro sagrado templo», ser
una descripción de las células de nuestro cuerpo? A fin de cuentas, este es el
lugar donde la ciencia ha presenciado ahora el matrimonio entre el espíritu y
la materia. Si es así, entonces cada célula dentro del templo de nuestro cuerpo
es, por definición, lo más sagrado de lo más sagrado. ¡Cada célula ha de ser
considerada sagrada! El momento en que nuestra tecnología nos permite
presenciar al espíritu dando forma al mundo de la materia (la emoción dando
forma al ADN), abrimos la puerta a una nueva era en la que reconocemos la
relación entre nuestras creencias y nuestra experiencia.
Este conocimiento ha surgido de algo tan poco prometedor como unos textos de hace 2.300 años; ahora verificado con la ciencia del siglo XXI, puede ser considerado como una especie de «teoría biológica unificada». Esta teoría nos ofrece el mecanismo que hemos estado buscando durante mucho tiempo para describir nuestra relación con toda forma de vida. Todavía no tenemos nombre para esta visión renovada del mundo que trasciende la ciencia, la religión y las tradiciones místicas. Si evocamos las tradiciones indígenas de eras pasadas, las visiones de esta índole recuerdan las palabras que nos dijo el abad en el Tíbet.
«Todos estamos conectados», dijo él.
«Todos
somos expresiones de una vida... Todos somos lo mismo. »
Quizá
la similitud de sus palabras con las de Joseph describiendo la salvia y las de
los textos esenios no sean una coincidencia. Los archivos indican que una secta
particular de los esenios, la de los carmelitas del monte Carmelo, llevaron
copias de sus escritos más sagrados a regiones remotas del mundo para
protegerlas de la corrupción a la que estaban sometidos dichos textos después
de la muerte de Jesús. Los amerindios ancianos describen recuerdos
tribales de emisarios que llevaron estas tradiciones a Norteamérica hace casi
dos mil años.
Otros textos encontraron su lugar en apartados monasterios del Asia central durante el mismo período. Uno de estos documentos, conocido por los historiadores como el Evangelio arameo de Mateo, es también conocido como el Evangelio de los nazireos, el Evangelio de los hebreos y el Evangelio de los ebionitas. Todos estos nombres hacen referencia al mismo manuscrito. Hay pruebas de que este texto en particular llegó hasta los aislados monasterios del Tíbet durante el siglo I, y se ha confirmado que es «considerablemente más antiguo» que la versión acabada del Nuevo Testamento.3
UNA
PUERTA MÁS ALLÁ DE LOS MUNDOS
Con el desarrollo de una tecnología avanzada suele surgir una ironía. Generalmente, cuanto más sencilla parece la tecnología al usuario, más complejos son los sistemas que hay detrás de las escenas que permiten tal simplicidad. Podemos ver un bello ejemplo de este concepto en nuestros ordenadores que funcionan con imágenes, y en nuestra tecnología de «señalar y cliquear». Cada vez que movemos el cursor de nuestro ordenador por la pantalla y cliqueamos en el icono de un programa seleccionado, hemos puesto en movimiento una compleja y sorprendente serie de operaciones.
Los
punteros internos, el lenguaje de máquina, los soportes de los sistemas
operativos y los programas de aplicación cobran vida a la velocidad de los
electrones que se precipitan por los trayectos de los microcircuitos. Lo único
que hemos hecho ha sido señalar una imagen y apretar un botón. Afortunadamente,
no era necesario que conociéramos ninguno de los procesos que tienen lugar
detrás de estas escenas. De hecho, puede que sea una suerte no conocerlos.
Nuestra tecnología interna para acceder a la creación funciona de un modo similar. A medida que dominamos ciertas experiencias en nuestras vidas, son estas mismas experiencias las que nos abren las puertas a otros mundos y a posibilidades que tan sólo hubiéramos podido soñar en el pasado. Quizá sin tan siquiera ser conscientes del poder de sus escritos, los antiguos eruditos nos estén recordando que desde el momento de nuestro nacimiento somos conductos de la tecnología «fácil de usar», aunque altamente sofisticada, que transforma nuestro mundo.
Las
enseñanzas de las comunidades ebionitas y nazireas nos hablan de un lenguaje
perdido y del olvidado poder que se encuentra en todos nosotros. Es este
lenguaje silencioso el que nos permite convertimos en puertas que traen las
cualidades del cielo a la tierra. La sabiduría, la paz y la compasión que
experimentamos en nuestros sueños, por ejemplo, se pueden convertir en la
realidad de nuestro mundo al reflejar estas cualidades en nuestra vida
cotidiana.
En un extracto de un texto esenio, se nos recuerdan las posibilidades de tal relación:
«...
Aquel que construya en la tierra el reino de los cielos..., morará en ambos
mundos».' Nuestro perdido lenguaje de la oración es el puente que vincula los
mundos del cielo y de la tierra. «Sólo a través de las comuniones...
aprenderemos a ver lo invisible, a escuchar lo inaudible y a expresar lo
inefable.»'
Tan
engañosamente sencillas como nuestra más avanzada tecnología informática, las
implicaciones de estos conceptos precristianos afectan a nuestra vida de modos
que jamás podríamos sospechar. Implican que todos participamos en el resultado
de los acontecimientos globales, así como en la salud de nuestros cuerpos y en
la calidad de nuestras relaciones. Unas veces somos conscientes de nuestra
participación, otras no.
En
vista de esta comprensión, las referencias de hace siglos adquieren ahora un
nuevo sentido y quizá mayor importancia. En el transcurso de nuestra época,
mediante el control de nuestras elecciones, se nos invita a crear un mundo
exterior que refleje nuestras plegarias y sueños más profundos.
MILAGRO EN LOS ANDES
En
primavera de 1998, el fenómeno climático conocido como El Niño estaba causando
estragos en forma de temperaturas extremas, lluvias y vientos. En las montañas
a lo largo de la costa oeste de Sudamérica, Perú estaba sufriendo el peso de un
sistema tormentoso que llegaba a tierra desde el océano Pacífico.
Tras
lluvias torrenciales de proporciones fenomenales, las inundadas tierras bajas
se unieron formando un nuevo lago de una extensión de casi 6.000 kilómetros
cuadrados. Ricas tierras agrícolas, que habían sido cultivadas por familias
durante varias generaciones, se habían convertido en una formación permanente
de agua fresca tan grande que ahora el nuevo lago es visible en las fotografías
tomadas por los satélites.
Sin embargo, en otras partes de Perú, El Niño creó el efecto contrario, con un índice de lluvias por debajo de lo normal y una desertización de la densa jungla que se había formado por las lluvias anteriores. Las tierras altas de la montaña en la porción sur del país se volvieron especialmente susceptibles a un extraño período de extrema sequía y al peligro de incendios forestales en lugares inaccesibles.
A
una altitud de casi tres mil metros sobre el nivel del mar, el antiguo complejo
de templos de Machu Picchu, del que se cree que algunas partes fueron
construidas antes de los tiempos de los incas, está situado en medio de algunos
de los bosques más frondosos del país. El enorme complejo de templos, uno de
los yacimientos arqueológicos más populares y misteriosos del planeta que
existen hoy en día, atrae a miles de turistas cada año y es considerado un
tesoro nacional. La ausencia de lluvia, combinada con el nivel ya bajo de
humedad que hay a tales alturas, creó las condiciones necesarias para que se
produjeran incendios que podían haber causado un desastre de proporciones
catastróficas.
En el mes de mayo de 1998 nos encontrábamos en una peregrinación de oración por las montañas de las afueras de Cuzco, y nuestra guía e intérprete peruana compartió una historia que conmovió profundamente a todos los miembros de nuestro grupo. Al mismo tiempo, su historia reafirmaba nuestra creencia en el propósito de nuestro viaje: investigar y adoptar la perdida ciencia de la oración. María permanecía de pie delante de nuestro autocar turístico, mientras nosotros nos dirigíamos por los estrechos senderos hacia el antiguo yacimiento de Pisac, donde hay un complejo de templos situado a más de tres mil metros sobre el nivel del mar.
A
la mañana siguiente empezaríamos una caminata de cuatro días por los Andes
hasta nuestro destino, la «ciudad perdida» de Machu Picchu. Además del
reto físico que suponía la caminata, el propósito de nuestro viaje era crear
experiencias que despertaran nuestra fuerza, sabiduría y compasión para que
guiaran nuestras vidas.
Cada mañana de nuestro viaje comenzábamos el día con un tema de meditación que diera un sentido más profundo a los retos a los que nos íbamos a enfrentar. Estos momentos se convertirían en experiencias que llevaríamos a nuestro mundo, a nuestras familias, profesiones y círculos donde están nuestros seres queridos. Por ejemplo, la fuerza que necesitaban nuestros cuerpos para llegar al campamento, situado en una hondonada a 4.200 metros de altura, sería un modelo de la misma fuerza que nos permite superar los grandes retos que nos pone la vida. Cada día del viaje se convertía en un punto de referencia para una cualidad de oración que contuviera el potencial de sernos útil cuando se nos presentaran los obstáculos.
Cuando los rayos prendieron fuego a las junglas andinas a principios de año, las comunidades locales se organizaron para combatir las llamas y salvar sus aldeas. A pesar de sus esfuerzos, el fuego se había descontrolado y llevaba días propagándose mientras los funcionarios del Gobierno y los lugareños contemplaban el espectáculo, impotentes y exhaustos. Los incendios abrieron una vía de destrucción que parecía propagarse en todas direcciones, al mismo tiempo. Una tarde cambió el viento y el fuego se dirigió directamente hacia los templos de Machu Picchu.
Los
bomberos, movilizaron los pocos recursos de los que disponían para suavizar las
llamas antes de que alcanzaran su muestra de historia andina más famosa.
Escasos de equipamiento, las vías del tren destruidas y los caminos bloqueados
por desprendimientos de tierra debidos a las anteriores lluvias torrenciales,
la única fuente de agua era el río Urubamba, que recorría un cañón de varios
cientos de metros de profundidad. Los esfuerzos por salvar los templos eran en
vano. La línea de fuego frontal avanzaba arrasando los yacimientos periféricos
del complejo. Cuando las llamas alcanzaban los templos de la periferia en el
cercano pico Wayna Picchu, parecía que ya no había esperanza.
Tras agotar todos los demás recursos para frenar ese infierno, los aldeanos recurrieron a una tecnología que había formado parte de su cultura durante siglos. En grupos de familias e individualmente, en público y en privado, empezaron a rezar. Aunque las oraciones específicas variaban, el tema principal era el mismo: oraban para salvar los templos de Machu Picchu.
Estaban
dirigiendo colectivamente sus oraciones para afrontar un desafío común. En
cuestión de horas los habitantes del sur de Perú fueron testigos de un
acontecimiento que se puede considerar un milagro. Se formó un sistema de baja
presión en esa región de los Andes. Una masa de aire húmedo y caliente
procedente de la costa se fundió con el aire frío y seco de las montañas, los
cielos se nublaron y empezó a llover.
La lluvia se convirtió en aguacero, empapando el denso bosque desde el lugar donde se había propagado el incendio de copa en copa. El agua de la lluvia penetraba en los barrancos situados entre los desnudos picos de las montañas y llegaba a la agrietada tierra que tenían debajo.
Este
compuesto acuoso se mezclaba con el rico suelo y formaba un grueso barro negro,
a la vez que desprendía vapor mientras el agua caía sobre las recalentadas
rocas de la zona afectada por las llamas. Al cabo de unas horas el incendio
había desaparecido, dejando tras de sí los troncos humeantes, producto del peor
incendio registrado en la historia de esa zona. Los espectadores que
presenciaron lo ocurrido creyeron que fue una afortunada coincidencia.
Los funcionarios estaban desconcertados. Los aldeanos simplemente se sintieron
aliviados. Para ellos no fue un misterio. Dios había escuchado sus
plegarias y les había respondido.
Ha habido historias similares sobre las oraciones masivas como en el proceso de paz en Irlanda del Norte, la evitación de pérdidas humanas al suspenderse los ataques aéreos de la OTAN contra Irak y el misterioso cambio de curso de un asteroide que iba a colisionar con la Tierra en 1996. En todos los casos, las circunstancias, propicias para que se produjeran trágicos resultados, con las subsiguientes pérdidas de vidas humanas aseguradas, cambiaron repentinamente.
Cada
vez, el cambio coincidió con un esfuerzo coordinado de muchas personas y grupos
que se habían unido en una oración colectiva. La ciencia occidental ya ha
confirmado, al menos en cierto grado, que el mundo exterior de los átomos y de
los elementos refleja nuestro mundo interior del pensamiento y de las
emociones. ¿Puede ser tan fácil crear paz y cooperación en nuestro mundo como
unirnos en oraciones conjuntas para ese mismo fin?
Durante cientos de generaciones, la oración como sistema de apoyo en tiempos felices así como en momentos de crisis ha desempeñado un papel fundamental en la vida de las personas, de las familias y de las comunidades. Cruzando las fronteras de la cultura, la edad, la religión y la geografía, el lenguaje silencioso de la oración quizá sea la costumbre más universal que compartimos como especie. Es casi como si en algún lugar oculto de nuestra historia colectiva quedara un recuerdo de este sagrado lenguaje que nos pone en contacto con las fuerzas invisibles de nuestro mundo y nos conecta a todos.
Quizá sean nuestras profundas y personales visiones sobre la oración las que han permitido que nuestra costumbre universal también se convirtiera en una fuente de discordia. Incluso hoy, que estamos entrando en los primeros días del tercer milenio, las emociones se encienden cuando la ciencia y la filosofía discuten sobre el poder de la oración. A los antepasados, a los pueblos indígenas de nuestro tiempo y a muchos padres de familia occidentales no les hace falta una prueba física del poder de la oración. Los que rezan han visto el resultado de sus oraciones durante generaciones sin necesidad de confirmación, medición o de lo que muchos hoy en día denominan pruebas científicas.
Para
las personas que tienen fe, los milagros que tienen lugar en sus vidas son toda
la prueba que necesitan. Para otras, sin embargo, es la capacidad de mensurar,
documentar y verificar las maravillas de la vida lo que les ha permitido crear
la tecnología que nos ha mantenido a salvo hasta este momento. Los dos caminos
son válidos. Ambos nos permiten realizar las elecciones que definen nuestro
futuro.
¿QUÉ ES LO QUE PODRÍA UNIR A TODAS LAS PERSONAS?
Las masas de personas siempre me han fascinado. Al contemplar cientos de caras desde la soledad de un café de aeropuerto o de un banco al borde de una bulliciosa plaza de ciudad, muchas veces me he preguntado qué es lo que podría unir a todas las personas, independientemente de sus diversas ocupaciones, en un momento de paz y cooperación común. ¿Qué acontecimiento podría superar las diferencias físicas y las preocupaciones por la rutina diaria, para despertar el recuerdo de una historia común, que nos condujera a un futuro compartido en el único mundo que conocemos?
Hay una escuela de pensamiento que sugiere que como personas y naciones nos hemos alejado tanto entre nosotros y de nuestra Tierra que sólo una crisis de inmensas proporciones podría despertar nuestro recuerdo de unidad y renovar la posibilidad de cooperación. Curiosamente, parece que los momentos de adversidad extraen de nosotros nuestro más profundo conocimiento, que se manifiesta como nuestra mayor fortaleza, para triunfar sobre las penurias compartidas. Durante estos momentos, una meta común se antepone a cualquier diferencia de origen étnico, clase social o cultura.
La
historia demuestra que los pueblos diversos tienden a unirse en momentos de
crisis. Durante el terremoto de Kobe en Japón, por ejemplo, los grandes
incendios de México o la estación de huracanes sin precedente de 1998, personas
de todas las procedencias abandonaron su posición en la sociedad para ofrecer
asistencia en los lugares donde más se necesitaba. De pronto, había ejecutivos
de diversas empresas junto a vendedores ambulantes en los restos de los
edificios derrumbados para liberar a los niños que habían quedado atrapados
entre los escombros.
Presidentes
de bancos trabajaban con la guardia nacional para apuntalar diques inundados.
Durante una de las peores tormentas de hielo de nuestra historia, en el
invierno de 1998, más de cinco millones de personas sobrevivieron sin
electricidad durante 33 días. En algunas partes de Canadá y el nordeste de
Estados Unidos, comunidades donde tan sólo unos días antes las personas apenas
se conocían entre ellas, compartían estufas y cocinas de queroseno de
emergencia.
Puede que un escenario similar, quizás a escala global, sea lo que impulse esa fusión de nuestra tecnología interna de la oración, el pensamiento cuántico y el poder de la emoción humana. La amenaza de un solitario asteroide que se dirige hacia la Tierra, por ejemplo, o una enfermedad que no se pueda controlar con la medicina convencional, puede ser el catalizador para este tipo de cooperación. Afortunadamente, estos ejemplos son hipotéticos, al menos por el momento. No tan hipotética, sin embargo, es la creciente amenaza para la frágil paz que ha reinado en nuestro mundo desde finales de la última guerra mundial, hace más de cincuenta años.
NACIÓN
CONTRA NACIÓN
En el nacimiento del siglo XXI, parecen darse las circunstancias propicias para que se produzca una gran polarización de las potencias mundiales, lo que llevaría la amenaza de una guerra mundial al ámbito de la mera posibilidad. Países que anteriormente apenas se tenían en cuenta en las estrategias globales, están adquiriendo nuevos e inesperados papeles en los dramáticos sucesos que están reestructurando nuestro mundo.
En los dos últimos años del siglo XX, por ejemplo, vimos una serie de nuevos países que se unían a las exclusivas filas de los que poseen armamento nuclear. Cabe destacar las sorpresivas pruebas de armamento de India y Paquistán. A pesar de las reiteradas súplicas por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de Rusia y de Estados Unidos, los dos rivales tecnológicos han continuado probando sus armas y sistemas de abastecimiento, aludiendo que su aumento de armamento nuclear era en interés de la seguridad nacional.
Aunque muchas personas se ríen de la posibilidad de que estalle otra guerra mundial, porque creen que los horrores de la Segunda Guerra Mundial todavía están demasiado frescos en nuestro recuerdo para permitir que se vuelvan a producir, es importante permanecer atentos y discernir para reconocer el significado de los acontecimientos globales que, en un principio, nos parecen lejanos y que no tienen demasiada importancia para nuestro país.
La crisis de finales de siglo en Kosovo es un ejemplo de ese tipo de acontecimientos. Aunque a los observadores fortuitos les parezca que ha «surgido de la nada», los conflictos que han conducido a la actual crisis en Kosovo son el fruto de siglos de tensiones en una parte de Europa del Este a la que muchos analistas denominan el «polvorín de los Balcanes». Tras la limpieza étnica y las atrocidades de la guerra que vimos en Bosnia hace menos de una década, las naciones de Occidente no estaban dispuestas a permitir que sucediera lo mismo en Kosovo.
Sin
embargo, la intención, duración y forma de intervención militar eran factores
que dividieron incluso a las fuerzas aliadas que intentaban intervenir. La
lucha por el poder en Europa del Este es una clara demostración de cómo las
grandes potencias del mundo pueden polarizarse inesperadamente adoptando
precarias posiciones en bandos contrarios de la mesa de negociación.
La zona de los Balcanes no es más que un ejemplo de una situación política que tiene grandes implicaciones militares. Mientras Estados Unidos controla los acontecimientos que se desarrollan en Europa, también sigue apoyando el embargo y las restricciones militares en Irak. Irak, con su fabricación de armamento nuclear y biológico, también se ha visto como un polvorín, esta vez en Oriente Próximo. Incluso los países árabes vecinos, tradicionalmente considerados sus aliados, desaprueban la capacidad del nuevo armamento de Irak y la desestabilización del ya precario equilibrio de poder en una zona del mundo tan volátil.
Durante un tiempo, que muchos han considerado relativamente pacífico en el ámbito mundial, los últimos veinte años, de hecho, han sido una época de tragedias y de tremendos sufrimientos en lugares localizados. El número de víctimas que se han cobrado los movimientos separatistas y religiosos y las guerras civiles, se calcula que asciende a más de cuatro millones de vidas, cifra que supone toda la población del estado de Louisiana o todo Israel.
Cuando
se incluye el conflicto del Tíbet, las pérdidas de vidas humanas ascienden al
menos a otro millón, y posiblemente más aún.
ZONAS DE TENSIONES GLOBALES A PRINCIPIO
DEL TERCER MILENIO
Lugar
|
Descripción del conflicto
|
Pérdidas de
vidas*
|
Bosnia/Herzegovina Kosovo
|
Oposición Serbia a la independencia bosnia
Lucha de los kosovares por la independencia
|
200.000+
2.000+
|
Irlanda del Norte
|
Violencia sectaria
|
3.200
|
Haití
|
Guerra civil que condujo a un golpe de Estado
|
¿?
|
Chechenia
|
Los musulmanes luchan contra los rusos por la
independencia
|
40.000
|
Sri Lanka
|
Los tamiles luchan contra los cingaleses desde
1983
|
56.000
|
Ruanda
|
Lucha de la mayoría hutu contra la minoría tutsi
|
800.000+
|
República del Congo
|
Guerra civil
|
10.000+
|
Somalia
|
Guerra civil
|
300.000+
|
Sudán
|
Musulmanes contra cristianos
|
1,9 millones
|
Angola
|
Guerra civil
|
1 millón
|
Sierra Leona
|
Guerra civil
|
3.000
|
Liberia
|
Guerra civil
|
250.000
|
Argelia
|
Guerra civil
|
65-80.000
|
Turquía
|
Guerra civil
|
37.000
|
Tíbet
|
Conflicto entre China y Tíbet
|
1 millón
|
* Estadísticas del primer trimestre de 1999.
¡Estas
estadísticas describen algo muy distinto a un mundo pacífico! Sin embargo,
hasta finales de los noventa, estos conflictos parecían localizados y, aunque
trágicos, no eran tan importantes en la vida cotidiana del mundo occidental. No
obstante, los acontecimientos que tuvieron lugar a finales de 1998 y en 1999,
cambiaron nuestra visión al traernos los medios de comunicación, a nuestros
hogares y aulas, los conflictos regionales de un modo como jamás habíamos visto
antes.
Además,
situaciones como la ruptura de las negociaciones de paz entre Israel y el
Estado de Palestina, las continuas tensiones en Irlanda del Norte y un
repentino salto de la tecnología nuclear china contribuyen a lo que muchos
expertos creen que son los precursores de conocidas profecías que están tomando
posiciones para una tercera guerra mundial. El propio número de conflictos
supone ya una amenaza para la estabilidad global, que se conviene en una
posibilidad cada vez más real a medida que aumentan las tensiones.
VISIONES
DE GUERRA
En las antiguas profecías abundan las visiones de caídas de los Gobiernos del milenio, seguidas de un tiempo de guerra especialmente horrible y extendida. El apóstol Mateo, por ejemplo, hizo referencia a nuestro momento en la historia como una época en que,
«Oiréis [estruendos] de guerras y rumores de guerras... Porque se
levantará nación contra nación y reino contra reino»
(Mt
24,6-7).7
Con
frecuencia se han dado una serie de interpretaciones respecto a la causa y
naturaleza del resultado de este tipo de profecías.
Muchos
profetas han visto el nacimiento del tercer milenio como la época donde se
producirán, desde la escasez de recursos naturales como el agua y el petróleo,
desacuerdos sobre tierras fértiles, hasta una guerra entre las grandes
potencias del planeta de una magnitud sin precedentes. Un tema casi universal
de conflicto está siempre presente en las predicciones de finales de siglo,
desde las visiones de Edgar Cayce y Nostradamus hasta aquellos
profetas menos conocidos como el obispo Christianos Ageda y un vidente
bávaro llamado Matthias Stormberger.
Nacido en el siglo XVIII, Stormberger demostró una destacada precisión en sus profecías del mundo del siglo XX. Entre sus, predicciones se hallaban los detalles sobre un conflicto que se convirtió en la Segunda Guerra Mundial, la Gran Depresión y una tercera adversidad, otra guerra mundial:
«Tras
la segunda gran lucha entre las naciones vendrá una tercera conflagración
universal, que será decisiva. Habrá armas totalmente nuevas. En un día morirán
más seres humanos que en ninguna de las anteriores guerras juntas. Se
producirán grandes catástrofes».8
Lo
que es especialmente interesante en la visión del futuro de Stormberger es su
comentario -de que la guerra llegaría por sorpresa para muchos. Ve que aquellos
que sí se dan cuenta de lo que está sucediendo son incapaces de compartir sus
revelaciones:
«Las
naciones de la Tierra entrarán en estas calamidades con los ojos abiertos. No
serán conscientes de lo que está sucediendo, y los que sí lo sepan y hablen
serán silenciados. La tercera gran guerra supondrá el fin de muchas naciones».9
Stonmberger
no aclara si el final de las naciones se deberá a que habrán sido absorbidas
por otras potencias o a la devastación provocada por el nuevo armamento.
En algunas de sus cuartetas más claras, Nostradamus describe su visión de la guerra del milenio como que esta tendría lugar en el año 2000. En la Centuria X, cuarteta 74, escribe:
«En
el año en que se complete el gran séptimo [2000], habrá un tiempo de matanzas
cercano al comienzo del gran milenio... ».10
Recordando
los cientos de miles de refugiados que se vieron obligados a huir de los
Balcanes en los últimos años del segundo milenio, el obispo Christianos
Ageda predijo en el siglo IV una época en que,
«Habrá
guerras y furia que durarán mucho tiempo; provincias enteras serán evacuadas de
sus habitantes, y algunos reinos se verán sumidos en la confusión». 11
En
un documento que pasó a ser conocido como la Profecía de Varsovia, un
monje polaco del siglo XVIII describía una gran guerra como un tiempo de,
«nubes
envenenadas y rayos que queman con más profundidad que el sol del Ecuador;
ejércitos que marcharán recubiertos de hierro; barcos voladores cargados de
temibles bombas y flechas, y estrellas voladoras con fuego sulfúrico que
exterminarán ciudades enteras en un instante ».12
En
los anteriores ejemplos podemos ver una clara similitud en todas las profecías
que describen una época de tragedia, guerra y muerte. Aunque estas profecías,
sin duda, están abiertas a interpretaciones, el hecho de que prácticamente
todos los grandes sistemas de creencias vean que estas se están cumpliendo en
esta era implica que deberíamos examinar detenidamente nuestra situación
actual. La clave-para leer estas afirmaciones proféticas, algunas de ellas tan
antiguas como el poema épico hindú Mahabharata, * es que sólo
representan posibilidades, descripciones de hechos que todavía no se han producido.
*
El Mahabharata, que se utiliza para enseñar las tradiciones hinduistas, se
compone de aproximadamente 100.000 pareados que describen el dharma o la acción
correcta.
Anteriormente
ya hemos hablado de cómo se podían haber inspirado los detalles de estos
relatos siglos antes de que se produjeran. Además, los comentarios han aportado
un contexto dentro del cual podemos contemplar estas y otras predicciones como
visiones de una vasta gama de posibles futuros. En lugar de despreciar estas
visiones calificándolas de «locura del milenio» o «jerga apocalíptica», puede
que lo mejor sea preguntamos qué es lo que podemos aprender de ellas.
En medio de la ambigüedad de las antiguas profecías y predicciones, una cosa sigue siendo cierta. Durante cientos de años, y en algunos casos miles, los antiguos profetas vieron algo en nuestro futuro que los impactó. Tanto si la profecía fue hecha hace 50 como 2.500 años, las visiones de los profetas siguen siendo notablemente parecidas. Con las palabras de su tiempo, describieron sus experiencias intentando prevenir las tragedias de sus visiones.
Nosotros
tenemos la oportunidad de reconciliar los acontecimientos actuales y determinar
el papel y la viabilidad de las antiguas visiones en nuestra vida moderna.
Hemos de cuestionarnos si las condiciones que tenemos en nuestro mundo actual
propician las visiones de otros tiempos. De ser así, quizá nuestro tiempo sea
el momento en que «todo secreto será revelado»,13 y cuando al fin
apliquemos nuestra tecnología olvidada de la oración para redirigir las
antiguas visiones de tragedia y sufrimiento.
ORACIÓN MASIVA Y SEMILLAS DE MOSTAZA
Además de las predicciones escritas de los antiguos profetas, las condiciones que preceden a un tiempo de grandes guerras se conservan en la tradición oral de muchos pueblos amerindios. Quizá los acontecimientos que preparan el camino para semejante tragedia estén mejor resumidos por el propio pueblo de la paz, los hopi.
En
una parte de su profecía nativa, los hopi nos recuerdan elocuentemente que cada
vez que la humanidad se aparta de las leyes naturales que afirman la vida en
este mundo, nuestras elecciones se reflejan en nuestra sociedad y en los
sistemas naturales que nos rodean. A medida que el corazón y la mente de los
seres humanos se separan tanto que se olvidan de su mutua existencia, la Tierra
actúa para recordarnos nuestros mayores atributos.
«Cuando
los terremotos, las inundaciones, los granizos, las sequías y las hambrunas se
conviertan en algo habitual, habrá llegado el momento de regresar al auténtico
camino.»
Además
de ofrecer los signos de ese tiempo, las tradiciones de los hopi van aún más
lejos, recomendando una forma de actuar que haga que el corazón y la mente de
las personas vuelvan a alinearse con la Tierra.
Aunque engañosamente simple, la profecía nos recuerda que «cuando se utilicen la oración y la meditación en lugar de confiar en nuevos inventos que crean más desequilibrio, entonces también ellos [los seres humanos] hallarán el verdadero camino».14 Las palabras de los hopi nos sirven de simples recordatorios del principio cuántico que afirma que para cambiar el resultado de los acontecimientos que ya están en curso, tenemos que cambiar nuestras creencias respecto al propio resultado. Al hacerlo, atraemos la posibilidad que coincida con nuestra nueva creencia y liberamos las condiciones actuales, incluso las que ya están en camino.
Los últimos estudios sobre los efectos de la oración aportan una nueva credibilidad a las antiguas proposiciones que sugerían que podríamos «hacer algo» respecto a los horrores de nuestro mundo, tanto en el presente como en el futuro. Estos estudios se suman a un creciente número de pruebas, que indican que las oraciones con un propósito, especialmente las que se realizan a gran escala, tienen un efecto predecible y verificable sobre la calidad de vida en el momento de la oración.
Hay
una serie de estudios, apoyados en datos estadísticos sobre los cambios
producidos en la vida cotidiana cuando se estaban ofreciendo oraciones, como es
el caso de delitos específicos y accidentes de tráfico, que han demostrado que
existe una relación directa entre las oraciones y las estadísticas. En las
épocas en que se reza, las estadísticas bajan. Cuando las oraciones terminan,
los datos estadísticos vuelven a subir hasta los niveles anteriores.
Los
científicos sospechan que la relación entre la oración masiva y la actividad de
las personas en las comunidades se debe a un fenómeno que se conoce como el
efecto de campo de la conciencia. Al igual que la descripción de Joseph sobre
la salvia, en que la experiencia de una planta afecta a todo el campo, los
estudios con muestras específicas de la población parecen confirmar esta
relación. Dos científicos, que se considera que han desempeñado un papel
primordial en el desarrollo de la psicología moderna, hicieron referencia
claramente a tales efectos observados en los estudios, hace casi cien años.
En un ensayo publicado originalmente en 1898, por ejemplo, William James sugiere que,
«Existe
un continuo de conciencia que une a las mentes individuales, que se podría
experimentar directamente si el umbral psicofísico de la percepción se bajara
lo suficiente mediante el refinamiento del sistema nervioso».15
El
ensayo de James era una referencia moderna a una zona de la conciencia, dentro
de un plano de la mente universal, que se encuentra en toda forma de vida. Al
usar las cualidades específicas del pensamiento, el sentimiento y la emoción,
podemos conectar con esta mente universal y compartir sus beneficios. El
propósito de muchas oraciones y técnicas de meditación es precisamente alcanzar
esa condición.
En
el lenguaje de su tiempo, las antiguas enseñanzas nos indican que existe un
campo de conciencia similar, al que se puede acceder por métodos parecidos. La
tradición védica, por ejemplo, habla de un campo de «conciencia pura» unificado
que impregna toda la creación.16 En estas tradiciones, nuestras experiencias
del pensamiento y de la percepción son contempladas como obstáculos, interrupciones
en lo que de otro modo sería un campo inmutable. Al mismo tiempo, gracias a
nuestra práctica de dominar la percepción y el pensamiento podemos hallar la
conciencia unificadora como individuos o como grupo.
Aquí es donde la aplicación de tales estudios resulta crucial en nuestros intentos por conseguir la paz mundial. Si vemos el conflicto, la agresión y la guerra en el mundo exterior como indicativos de estrés en nuestra conciencia colectiva, entonces el alivio del estrés colectivo también eliminaría las tensiones globales. Según Maharishi Mahesh Yogui, fundador de la Meditación Trascendental (MT),
«Todos
los actos de violencia, negatividad, crisis conflictivas o problemas en
cualquier sociedad no son más que una expresión del aumento del estrés en la
conciencia colectiva. Cuando el nivel de estrés es lo suficientemente alto,
estalla una gran escalada de violencia, guerra y sublevación civil, para lo
cual se requiere la intervención militar».
La
belleza del efecto de campo es que cuando se alivia el estrés en un grupo, los
efectos se registran fuera del mismo, en un área aún mayor. Este es el
pensamiento que condujo a estudiar los efectos de la meditación y oración
practicada por grandes grupos de personas durante la guerra israelí-libanesa a
principios de los ochenta.
En el mes de septiembre de 1983, se realizaron estudios en Jerusalén para explorar la relación entre oración, meditación y violencia. Aplicando las nuevas tecnologías para probar una antigua teoría, colocaron a personas que habían practicado las técnicas de la MT, consideradas por los investigadores sobre la oración como un modo de oración, en lugares estratégicos dentro de Jerusalén durante el conflicto con Líbano. La finalidad del estudio era determinar si la reducción del estrés en esos lugares concretos se reflejaría en un descenso de la violencia y de la agresividad a nivel regional.
Los estudios de 1983 eran posteriores a otros experimentos que indicaban que bastaba con que un uno por ciento de una población practicara formas unificadas de oración y meditación por la paz para que se redujera el índice de criminalidad, accidentes y suicidios. Los estudios realizados en 1972 demostraron que, 24 ciudades estadounidenses, cada una de ellas con poblaciones de más de diez mil personas, experimentaron una reducción estadísticamente comprobable de la delincuencia cuando tan sólo un uno por ciento (cien personas por cada diez mil) de la población participó de alguna forma en la práctica meditativa.17 Esto se conoció como el «efecto Maharishi».
Para determinar de qué modo ciertas formas de meditación y de oración podrían influir en la población general en el estudio israelí, la calidad de vida se definió mediante un índice estadístico basado en el número de incendios, accidentes de tráfico, delitos, fluctuaciones en el mercado de valores y en el estado de ánimo de la nación. En el momento álgido de los experimentos, 234 participantes meditaron y oraron, una mínima fracción de la población de todo Jerusalén. Los resultados del estudio mostraron una relación directa entre el número de participantes y el descenso de la actividad en las distintas categorías de la calidad de vida. Cuando el número de participantes era elevado, el índice de incidencias en las categorías citadas descendía. Los crímenes, incendios y accidentes aumentaron cuando el número de personas que oraba se redujo. 18
Estos estudios demostraron una alta correlación entre el número de personas que oraban y la calidad de vida en los lugares vecinos. En estudios similares llevados a cabo en centros urbanos importantes de Estados Unidos, India y Filipinas, se observaron correlaciones semejantes. Los datos de estas ciudades entre 1984 y 1985 confirmaron descensos en los índices de delincuencia que «no podían ser debidos a tendencias o ciclos de criminalidad, o a cambios en las políticas o procedimientos policiales».19
LA COSECHA ES COPIOSA, AUNQUE ESCASOS LOS LABRADORES
Durante siglos, profetas y sabios han sugerido que si una décima parte de un uno por ciento de la humanidad colaborara en un esfuerzo unificado, se podría cambiar la conciencia del mundo entero. Si esas cifras son exactas, entonces un número sorprendentemente reducido de personas podría plantar las semillas de grandes posibilidades. En estos momentos se calcula que la población del planeta asciende a aproximadamente seis mil millones de habitantes; un uno por ciento de nuestra familia global serían sesenta millones de personas, y una décima parte de ese número, alrededor de seis millones. Seis millones de personas representan escasamente tres cuartos de la población de Los Ángeles
Aunque estas estadísticas puedan representar un número óptimo para producir un cambio, ¡los estudios de Jerusalén y de otros grandes centros urbanos dan a entender que las cifras para iniciar semejante cambio pueden ser aún menores! Los estudios indican que los primeros efectos de la meditación u oración masiva fueron observables cuando el número de participantes en las oraciones era superior a la raíz cuadrada del uno por ciento de la población.20 ¡En una ciudad de un millón de personas, por ejemplo, este valor representa sólo cien personas!
Aplicar los descubrimientos localizados en las ciudades donde se han realizado las pruebas a una población mayor a escala mundial, puede suponer la obtención de poderosos e inesperados resultados. ¡La raíz cuadrada de un uno por ciento de la población del planeta, que representa sólo una fracción de los cálculos antiguos, supone únicamente una cifra inferior a ocho mil personas! Con la llegada de Internet y las comunicaciones informatizadas, organizar meditaciones u oraciones coordinadas que sean seguidas por un mínimo de ocho mil personas es bastante viable. Como es natural, esta cifra representa sólo el mínimo requerido para que empiece el efecto, una especie de umbral. Cuanto mayor sea el número de participantes, más se acelerará el efecto. Estas cifras nos recuerdan las antiguas admoniciones en las que nos decían que unas pocas personas pueden provocar un cambio en el mundo.
Quizás esta sea la «semilla de mostaza» de la parábola que Jesús utilizó para demostrar la cantidad de fe requerida a sus seguidores. Respecto a esta fe, en el Evangelio se nos recuerda que «la cosecha es copiosa, aunque escasos los labradores». Con las pruebas de semejante potencial, ¿cuáles son las implicaciones de dirigir este poder colectivo hacia los grandes retos de nuestro tiempo? Quizá ya hayamos presenciado el efecto de estas elecciones globales en ejemplos como la oración por la paz la víspera de la acción militar contra Irak en el mes de noviembre de 1998.
PENSAR LOS PENSAMIENTOS DE LOS ÁNGELES
Eruditos, investigadores y científicos han identificado las condiciones que creen que precipitarían desastres de proporciones catastróficas bien entrado el siglo XXI. Una combinación de política, cambio social y patrones climáticos destructivos ya se han cobrado las vidas de cientos de miles de personas, principalmente mujeres y niños, a finales del siglo XX. Aunque se están realizando esfuerzos bienintencionados para aliviar las condiciones actuales, estos en el mejor de los casos han dado resultado sólo temporalmente
En lugar de contemplar los tratados políticos y soluciones militares como respuestas, quizás ahora sea el momento de reconocerlos como puentes para una nueva forma de pensamiento. Parece que hemos alcanzado un momento crítico en la evolución de los Gobiernos y de las naciones, cuando el patrón de las exigencias seguido de la fuerza sencillamente no funciona como antes, ni tan siquiera como hace cincuenta años. El uso inteligente de la fuerza puede servirnos en casos aislados de breve duración.
Cada
vez que aplicamos un vendaje militar, es como colocar nuestro dedo sobre una
raja en la estructura de un globo lleno de agua. Lo que parece ser un «arreglo»
para una parte del globo, se convierte en una protuberancia en otro lugar del
mismo. Esto es justamente lo que está sucediendo en el escenario de la política
global. Para cambiar las situaciones que propician la guerra, la opresión y el
sufrimiento de las masas, hemos de cambiar la forma de pensar que ha permitido
que aquellas se produjeran.
Vivimos en un mundo de consentimiento colectivo. Las condiciones que propician la guerra y el sufrimiento a gran escala reflejan los elementos que hacen posibles tales condiciones a pequeña escala. Una veces conscientemente y otras no, consentimos expresiones de la voluntad de nuestro grupo de modos que jamás habríamos sospechado. En planos en que ni siquiera somos conscientes, nuestros pensamientos, actitudes y acciones diarias entre nosotros, contribuyen a las creencias colectivas que aceptan las guerras y el sufrimiento en el mundo.
Por ejemplo, la creación de una mentalidad bélica de estar a la espera y prepararse para el conflicto en nuestro internacional mundo sólo puede suceder si permitimos este tipo de conflictos en nuestra vida personal. En la medida en que vivimos episodios individuales de adoptar una «actitud defensiva» en los romances o en las relaciones personales, de «burlarnos» de los demás en la escuela y de crear estrategias para «estar por encima» de nuestros compañeros de trabajo y de la competencia, la física cuántica nos recuerda que estas expresiones individuales de nuestras vidas preparan el camino para expresiones similares, de magnitud muy amplificada, en otro tiempo y lugar.
Para
conocer la paz en nuestro mundo, hemos de convertirnos en paz. Desde la
perspectiva cuántica, no tiene mucho sentido empujar a los demás con
impaciencia para poder aparcar, o ir haciendo maniobras salvajes de
adelantamiento o cerrando el paso a otros vehículos, en nuestra desenfrenada
carrera por la ciudad para asistir a un mitin en pro de la paz mundial.
La sutileza de este concepto la vi todavía más clara en los momentos finales de una entrevista que me hicieron poco después de que comenzara la crisis de Kosovo a principios de 1999. En una emisora de radio que se escuchaba por todo Estados Unidos, el moderador nos había dedicado amablemente la primera hora del programa en directo para que desarrolláramos conceptos y ofreciéramos alguna pincelada sobre la teoría de la posibilidad, antes de que empezaran las llamadas con preguntas.
Acababa
de terminar la descripción de los conceptos cuánticos sobre la multiplicidad de
resultados y el poder de la oración para elegir nuestro futuro, cuando hubo una
llamada. Tras presentar a la persona que llamaba, nuestro anfitrión invitó al caballero
que estaba al otro lado del aparato a que formulara su pregunta.
Después
de elogiar la entrevista y el programa, empezó con su pregunta.
—Gregg,
entiendo lo que has dicho sobre el poder de la oración y cómo cuando muchas
personas rezan juntas esta tiene un mayor efecto que cuando se realiza
individualmente y sin coordinación. Ahora bien —prosiguió—, mi pregunta es,
¿por qué no organizas una vigilia y utilizamos el poder de la oración para
provocarle un ataque al corazón al dictador responsable de todos estos
problemas en Europa del Este?
Se
produjo un incómodo silencio en el ambiente, mientras tanto el moderador como
yo nos recuperábamos de la pregunta.
—Supongo que esta pregunta es para mí -dije rompiendo el silencio.
—Toda tuya, Gregg -respondió el moderador.
—Quitar la vida a un líder político, aunque sea para detener la
violencia en su país, supone perder el propósito del poder de la oración. Es
justamente esta forma de pensar la que ha permitido las atrocidades de la
guerra -respondí-. Aunque podamos engañamos pensando que cobrándonos una vida
se ha resuelto el problema inmediato, en algún lugar, en otra parte del mundo,
veremos las consecuencias de nuestras acciones, posiblemente de formas que
jamás podríamos esperar. La oración trasciende la imposición de nuestra
voluntad sobre los demás. Mediante el empleo de nuestra ciencia del sentimiento
para atraer nuevas posibilidades a una situación existente, la oración
representa nuestra oportunidad de convertirnos en algo más que en esos ciclos.
—Creo
que entiendo lo que dices —respondió— No lo había pensado desde ese punto de
vista. Quizá, en lugar de matarle, bastaría con herirle. ¡Quizás eso resolvería
el problema!
El
moderador interrumpió con un anuncio, tras el cual tuve la oportunidad de resumir
nuestra entrevista y cerrar el programa. Durante el resto de la tarde y varios
días después, pensé en la persona que había llamado y en el sufrimiento que
debía haber en su vida para llevarle a tales conclusiones. Aunque creo que su
pregunta representa un punto de vista extremista, al mismo tiempo esta persona
era un ejemplo de hasta qué punto está enraizado el pensamiento bélico en
nuestra cultura.
¿Por
qué nos sorprendemos de las matanzas en nuestros hogares, trabajos y escuelas
cuando estamos de acuerdo con esa misma forma de pensar a mayor escala en
nombre de la paz?
Tanto si vemos nuestro mundo desde la perspectiva de las antiguas tradiciones como de la física cuántica, se nos invita a que cambiemos por completo nuestra forma de pensar respecto al modo en que hemos enfocado los conflictos en el pasado. Ambos paradigmas, la ciencia y la filosofía antigua, nos recuerdan que no pueden existir el «nosotros» y el «ellos». Sólo hay «nosotros», y sin embargo, hemos desarrollado las condiciones en las que es eficaz imponer nuestra voluntad e ideas de cambio en la vida de los demás.
Si
echamos una mirada a los conflictos anteriormente mencionados, nos daremos
cuenta de que, aunque estas soluciones parecían haber funcionado en el pasado,
probablemente nos han conducido a una época en que tengamos que reconocer
nuevas opciones en lugar de soluciones duraderas. Cuando elegimos honrar la
vida en cada una de nuestras acciones cotidianas, somos testigos del poder de
nuestras elecciones para acabar con la guerra y dejar obsoleta la agresividad.
Con frecuencia se ha hecho referencia a la oración como a una acción pasiva. Muchas veces me han preguntado qué es lo que «realmente estoy haciendo» respecto a una crisis concreta en el mundo. En estos casos, la oración se ha visto como algo secundario a «estar haciendo algo». Desde la perspectiva de las antiguas tradiciones que ahora cuentan con el apoyo de las investigaciones modernas, nuestra capacidad para contactar con las fuerzas del cosmos, para elegir nuestro camino por el tiempo y determinar el curso de nuestra futura historia, puede que sea la fuerza más sofisticada y poderosa con la que esté bendecido nuestro mundo.
La oración es una fuerza de la creación concreta, directiva y mensurable. La oración es real. ¡Orar es hacer algo! ¿Qué más podemos hacer? Las soluciones del pasado nos están fallando en el presente. La oración es el acto de volver a definir los fundamentos del odio, la violencia étnica y la guerra. La acción simplemente tiene lugar de un modo muy distinto a la idea de «hacer» que teníamos en el pasado. ¿Es posible que sea tan fácil? ¿Es posible que para reflejar la paz de nuestros corazones en la realidad de nuestro mundo, sencillamente se nos esté pidiendo que elijamos esa realidad sintiendo que el resultado ya se ha producido? A los ojos del mundo, los recientes acontecimientos parecen damos la razón.
A las puertas del siglo XXI, estamos en el umbral de una época en que la supervivencia de nuestra especie puede depender de nuestra capacidad para combinar nuestras ciencias internas y externas. Mientras volvemos a definir nuestras afiliaciones políticas, alianzas militares y las fronteras de las naciones, el poder de la oración masiva no debe menospreciarse. Las implicaciones de aplicar nuestra tecnología de la oración a escala global quizá sean de inmensas e inconmensurables proporciones. ¡Nuestra vida supone un momento muy especial en que, quizá por primera vez en la historia, podemos determinar el resultado del momento!
Los
esenios, al trascender la ciencia, la religión y las tradiciones místicas, nos
dan a entender que es en este momento de la historia, mediante la utilización
de nuestra ciencia perdida de la oración y de la profecía, cuando la sanación
llegará a todos los seres, los encarnados y los desencarnados, y que la paz
prevalecerá en todos los mundos. Durante nuestra generación, los habitantes de
la Tierra conocerán todos los secretos de los «ángeles del cielo».
Sin juzgar los acontecimientos cotidianos como buenos o malos, correctos o incorrectos, nos dicen que adoptemos una nueva visión, una opción superior en respuesta al horror de tales acontecimientos. Si los principios de la oración y la paz son válidos, entonces el dolor de los habitantes de África, de los Balcanes, de Oriente Próximo y de cualquier otro lugar donde sufran los seres humanos es también nuestro padecimiento.
Los
antiguos secretos de la sanación nos recuerdan que todos somos uno. Cuando
aliviamos el sufrimiento de los demás, también aliviamos el nuestro. Cuando
amamos a los demás, nos amamos a nosotros mismos. Cada hombre, mujer, niño y
niña de este mundo tiene el poder de crear una nueva posibilidad, de cambiar la
forma de pensar que permite el sufrimiento.
Nuestros antepasados nos prepararon para este momento. Tenemos la oportunidad de elegir un nuevo camino ante los retos que parecen ir en aumento diariamente. Se nos insta a pensar y a actuar en nuestro mundo como lo hacen aquellos que están en los cielos. Al hacerlo, despertamos una tecnología olvidada del sueño de nuestra memoria colectiva y, por fin, traeremos las cualidades del cielo a la tierra.
Los eruditos de Qumrán, con las palabras propias de su tiempo, registraron las enseñanzas de sus grandes maestros conservadas para momentos como este, donde el ánimo de nuestros ancestros nos da la fuerza para vivir y amar en este mundo, un día más. Se nos recuerda que,
«Elevar
nuestros ojos al cielo, cuando los de los demás miran al suelo, no es fácil.
Adorar los pies de los ángeles cuando los demás veneran la fama y el
dinero no es fácil. Pero quizá lo más difícil de todo sea pensar los
pensamientos de los ángeles, hablar las palabras de los ángeles, y actuar como
lo hacen los ángeles».
Este libro fue pasado a formato digital para facilitar su difusión, con
el propósito de que así como tú lo recibiste, lo puedas hacer llegar a alguien
más, ayudando al ser humano a ser más humano.
Cortesía de la Biblioteca Pléyades