CÓDIGO ISAÍAS
Comienzos
Escuché
con atención lo que decía la voz de la radio para asegurarme de que lo había
oído bien. No estaba familiarizado con el salpicadero de la nueva furgoneta que
había alquilado hacía sólo unos días y los indicadores luminosos me resultaban
extraños. Torpemente manejé el control de volumen de la radio para ahogar el
rugido de un incesante viento de costado que era el preludio de una tormenta de
invierno visible desde la puesta del sol. Hasta donde podía divisar desde la
carretera nacional, sólo se insinuaba el reflejo de luces distantes en las
nubes bajas que tenía por encima.
Al
estirarme para ajustar el espejo retrovisor, mis ojos siguieron el asfalto que
acabábamos de recorrer hasta desaparecer en la oscuridad que nos rodeaba. No
había ningún resplandor de luces delanteras que anunciara la llegada de algún
otro coche. Estábamos solos, completamente solos, en esa autopista del norte de
Colorado. Al mismo tiempo me preguntaba cuántas personas, en sus hogares o
coches, estarían oyendo lo que yo estaba escuchando de boca del locutor.
El
moderador estaba entrevistando a un invitado, le pedía que compartiera su
visión del final del presente milenio y del nacimiento del siglo XXI. Al
invitado, un respetado escritor y educador, se le solicitó que expresara qué futuro
veía para la humanidad en los próximos dos o tres años. La radio crepitó
brevemente mientras sus palabras describían un futuro inmediato inestable. Con
autoridad y seguridad, habló de su visión de un inevitable colapso finisecular
de las tecnologías globales, especialmente de las basadas en la informática.
Mientras desarrollaba el escenario del peor de los casos, emergía un futuro
donde los elementos básicos de la vida escasearían, o quizá se agotarían,
durante meses o años. Citó limitaciones en el abastecimiento de electricidad,
agua, gas natural, comida, y la pérdida de las comunicaciones como los primeros
signos de la disolución de los Gobiernos locales y nacionales.
El
invitado siguió especulando sobre una época en nuestro previsible futuro en que
las leyes nacionales quedarían suspendidas y se habría de imponer la ley
marcial para mantener el orden. Además de esas temibles condiciones, citó la
creciente amenaza de enfermedades incontrolables y la posibilidad de una
tercera guerra mundial con armas de destrucción masiva, todo lo cual conduciría
a la pérdida de casi dos tercios de la población mundial, aproximadamente
cuatro mil millones de personas, en un plazo de tres años. 5
Por
cierto que anteriormente ya había escuchado este tipo de presagios. Desde las
visiones de los profetas bíblicos hasta las profecías de Nostradamus y
Edgar Cayce, en los siglos XVI y XX respectivamente, el
aumento del nivel del mar, la formación de grandes mares interiores y
catastróficos terremotos han sido temas constantes en las predicciones para el
cierre del segundo milenio. Esa noche hubo algo diferente. Quizá fuera porque
me sentía solo en la autopista. Quizá porque sabía que había muchas otras
personas que estaban escuchando el mismo mensaje, la autoritaria voz de un
invitado invisible que llegaba hasta sus hogares, oficinas y automóviles. Me
encontré inmerso en una gama de experiencias que variaban desde intensos
sentimientos de desesperanza y lágrimas de profunda tristeza hasta brotes de
ira y rabia igualmente poderosos.
«¡No!»,
empecé a gritar. «¡No, no tiene por qué ser como lo describes! Nuestro futuro todavía
no ha llegado. Todavía se está formando y aún estamos eligiendo el resultado. »
Tras
subir a la cumbre de una colina, empecé a descender hacia un valle y se perdió
la recepción. La última parte de la entrevista que escuché era que el invitado
aconsejaba a las personas que «huyeran hacia las montañas» y que se prepararan
para la larga espera. Para aquellos que vivían sumidos en la pobreza, al margen
de la sociedad o inconscientes de los acontecimientos que estaban dando forma a
nuestro futuro, el invitado les dio un consejo compuesto por cuatro palabras:
«¡Que Dios los ayude!». Aunque las voces de la radio se distorsionaban y
desaparecían, el impacto de sus palabras permanecía.
Traigo
aquí esta historia porque la perspectiva que se transmitió a través de las
ondas de radio esa noche fue precisamente eso: una perspectiva, no una
seguridad sobre lo que nos espera en el futuro. Además de describir escenas de
tragedia y desesperación, los antiguos profetas previeron futuros igualmente
viables de paz, cooperación y de gran salud para los habitantes de la Tierra.
En unos extraños manuscritos con más de dos mil años de antigüedad, dejaron los
secretos de una ciencia perdida que nos permite trascender las profecías
catastróficas, las predicciones y los grandes retos de la vida. A simple vista,
la ciencia que hay codificada en esos peculiares documentos puede sonar a
ficción, o al menos al tema de una película futurista.
Contemplados
con los ojos de la física del siglo XX, sin embargo, los principios que
contienen estos antiguos textos aclaran y ofrecen nuevas posibilidades sobre
nuestra función en la dirección del rumbo de este momento en la historia. Los
desgastados fragmentos de estos textos describen una ciencia perdida que tiene
el poder de acabar con todas las guerras, enfermedades y sufrimientos; iniciar
una era de paz y cooperación sin precedentes entre Gobiernos y naciones; hacer
que los fenómenos climáticos destructivos sean inofensivos; aportar una
curación definitiva para nuestros cuerpos, y redefinir las antiguas profecías
de devastación y catastróficas pérdidas humanas.
Los
últimos desarrollos en la física cuántica apoyan precisamente tales
principios y aportan nueva credibilidad al papel de la oración masiva y
a las antiguas profecías.
Vi por primera vez los indicios de esta sabiduría de poder en las traducciones
de los textos arameos escritos unos quinientos años antes de la era cristiana.
Los mismos textos afirmaban que durante el siglo I de nuestra era escritos de
tradiciones secretas fueron transportados desde la tierra natal de sus autores
en Oriente Próximo hasta las montañas de Asia para protegerlos.
En
la primavera de 1998, tuve la oportunidad de organizar un grupo de veintidós
personas para hacer una peregrinación a las altas montañas del Tíbet central, a
fin de presenciar y confirmar las tradiciones a las que hacían referencia estos
textos con dos mil años de antigüedad. Junto a la investigación a gran escala
que se está realizando en ciudades occidentales, nuestro viaje aporta nueva
credibilidad a estos antiguos recordatorios sobre nuestro poder para acabar con
el sufrimiento de innumerables personas, evitar una tercera guerra mundial y
alimentar a todos los niños, mujeres y hombres que están hoy con vida, así como
a las generaciones futuras. Sólo tras ascender a los monasterios, localizar las
bibliotecas y presenciar las antiguas prácticas que han llegado hasta nuestros
días, puedo compartir con seguridad la agudeza de tales tradiciones.
Mientras
la ciencia moderna sigue verificando la relación entre los mundos interior y
exterior, es cada vez más probable que un puente olvidado vincule el mundo de
nuestras oraciones con el de nuestra experiencia. Quizás este vínculo represente
lo mejor que toda esa ciencia, religión y mística puede ofrecer, llevado hasta
niveles nuevos que nunca antes nos hubieran parecido posibles. La belleza de
esa tecnología interior estriba en que se basa en las cualidades humanas que ya
poseemos.
Se
nos invita a que sencillamente recordemos, en la comodidad de nuestros propios
hogares y sin que exista expresión externa científica o filosófica. Al hacerlo
transmitimos, a nuestras familias, comunidades y seres queridos, el poder de un
mensaje de vida y esperanza que procede de tiempos inmemoriales. Los profetas
que nos vieron en sus sueños, nos recuerdan que, al honrar a toda forma de
vida, estamos consiguiendo nada más y nada menos que la supervivencia de
nuestra especie y garantizar el futuro del único hogar que conocemos.
GREGG
BRADEN
Norte
de Nuevo México Enero de 1999
·
¿Es posible que exista una ciencia perdida que nos
ayude a trascender temas como la guerra, la destrucción y el sufrimiento
predichos hace tanto tiempo para nuestra época actual?
·
¿Cabe la posibilidad de que en alguna parte de las
neblinas de nuestra antigua memoria colectiva hubiera tenido lugar algún
acontecimiento que provocara un vacío en nuestra comprensión sobre cómo
relacionarnos con nuestro mundo y entre nosotros?
·
De ser así, ¿sería posible que, de salvar ese
obstáculo, se pudieran evitar las grandes tragedias a las que se ha de
enfrentar la humanidad?
Textos
de dos mil quinientos años de antigüedad, así como la ciencia moderna, sugieren
que la respuesta a estas preguntas y a otras similares es un rotundo « ¡sí! ».
Además, en el lenguaje de sus tiempos, los que vivieron antes que nosotros nos
recuerdan dos poderosas técnicas que están en relación directa con nuestra vida
actual. La primera es la ciencia dé la profecía, que nos permite ser testigos
de las consecuencias futuras de nuestras elecciones del presente. La segunda es
la sofisticada técnica de la oración, que nos permite elegir qué profecía
futura vamos a vivir.
Los
secretos de nuestras ciencias perdidas parecen haber sido abiertamente
compartidos por sociedades y tradiciones antiguas. Los últimos vestigios de
esta poderosa sabiduría en la tradición occidental se perdieron al desaparecer
textos muy valiosos en el siglo IV. Fue en el año 325, cuando los elementos
clave de nuestra antigua herencia fueron apartados de la población general y
quedaron relegados a las tradiciones esotéricas de escuelas de misterio, a
sacerdotes de elite y a las órdenes sagradas.
A
los ojos de la ciencia moderna, las recientes traducciones de textos como los
manuscritos del mar Muerto y las bibliotecas gnósticas de Egipto han
abierto las puertas a aquellas posibilidades que se dejaban entrever en los
cuentos populares y de hadas antiguos y han supuesto un nuevo despertar para
las mismas. Ahora, después de dos mil años de haber sido escritos, podemos
ratificar el poder de una fuerza que mora en nuestro interior, un poder muy
real que tiene la capacidad de acabar con el sufrimiento y traer paz duradera
al mundo.
Los
autores antiguos nos legaron su poderoso mensaje de esperanza descrito con las
palabras de su tiempo. Las visiones del profeta Isaías, por ejemplo, fueron
registradas más de quinientos años antes del nacimiento de Cristo. El rollo de
Isaías, el único manuscrito descubierto intacto entre los manuscritos del mar
Muerto en 1946, desplegado y montado sobre un cilindro vertical, está expuesto
en el Santuario del Museo del Libro de Jerusalén. La exposición,
considerada como insustituible, está protegida por un sistema diseñado para que
la estancia se convierta en una cámara acorazada sellada con puertas de acero a
fin de conservar el rollo para las generaciones futuras, en el supuesto de que
se produjera un ataque nuclear.
La
antigüedad del rollo de Isaías, su integridad y el propio texto ofrecen una
oportunidad única para considerarlo como representativo de las muchas profecías
proferidas para nuestro tiempo. Aparte de los detalles de los acontecimientos
concretos, la visión generalizada de las antiguas predicciones revela el
trasfondo de un tema común. En todas las visiones de nuestro futuro, las
profecías siguen un patrón claro: descripciones de catástrofes, inmediatamente
seguidas de una visión de vida, dicha y esperanza.
En
el manuscrito conocido más antiguo de este tipo, Isaías comienza su visión de
posibles futuros, con la descripción de una época de destrucción global de una
magnitud nunca vista. Describe su ominoso momento como una época en que
«enteramente arruinada quedará la Tierra, totalmente devastada» (Is. 24,3).' Su
visión de una época que aún había de llegar se parece mucho a las descripciones
de muchas otras profecías de distintas tradiciones, incluidas las de los nativos americanos hopi y navajo, así como las de los mayas de México y Guatemala.
Sin
embargo, en los versos que vienen a continuación de la descripción de
devastación de Isaías, su visión cambia espectacularmente a un escenario de paz
y salud:
«Porque
las aguas rebosarán en el desierto, arroyos en la estepa... Y la ardiente arena
se convertirá en estanque, y el sequedal en manantiales de agua»
(Is.
35, 6-7).
Además,
Isaías dice que «en aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los
ojos de los ciegos verán desde la oscuridad y sin tinieblas» (ib., 29,18).
Durante
casi veinticinco siglos, los eruditos han interpretado principalmente estas
visiones como una descripción de acontecimientos que se esperaba que ocurrieran
justamente en el orden en que son descritos en el rollo de Isaías: en primer
lugar la tribulación de la destrucción, seguida de una etapa de paz y salud.
¿Es posible que estas visiones de otros tiempos tuvieran otro significado? ¿Podrían
las introspecciones de los profetas reflejar las habilidades de expertos
maestros que se introducían entre los mundos de posibles futuros y registraban
sus experiencias para las generaciones futuras? De ser así, los detalles de sus
viajes podrían ofrecernos importantes claves para descifrar un tiempo que está
por llegar.
Los
antiguos profetas, al igual que las creencias de los físicos del siglo 'XX,
vieron el tiempo y el curso de nuestra historia como una senda que puede
recorrerse en dos direcciones: hacia atrás así como hacia delante. Reconocieron
que sus visiones tan sólo reflejaban posibilidades para un momento dado en el
tiempo, más que acontecimientos que sucederían con toda certeza, y cada
posibilidad se basaba en las condiciones existentes en el momento de la
profecía. Cuando estas cambiaran, el cambio se vería reflejado en el resultado
de cada profecía. Una visión de guerra de un profeta, por ejemplo, se podía ver
como un futuro seguro sólo si no se ponía fin a las circunstancias sociales, políticas
y militares en el momento de la profecía.
Esta
misma línea de razonamiento nos recuerda que, cambiando nuestra forma de actuar
en el presente -aunque, a veces, ello suponga sólo un pequeño cambio-, podemos
cambiar todo el curso de nuestro futuro. Este principio se aplica tanto a
circunstancias individuales, como la salud y las relaciones, como al bienestar
general del mundo. En el caso de una guerra, la ciencia de la profecía puede
permitir a un visionario proyectar su visión a un tiempo futuro y alertar a las
personas de su tiempo de las consecuencias de sus acciones. De hecho, muchas
profecías van acompañadas de reiteradas súplicas de cambio en un intento de
evitar que suceda lo que los profetas han visto.
Las
visiones proféticas de posibilidades lejanas a menudo nos recuerdan la analogía
de los caminos paralelos, sendas posibles que se introducen tanto en el futuro
como en el pasado. De tanto en tanto los cursos de los caminos parecen
desviarse, haciendo que uno se acerque a su vecino. Es en estos puntos donde
los antiguos profetas creían que los velos entre los mundos eran muy finos.
Cuanto más finos estos, más fácil era elegir nuevas vías para el futuro,
saltando de un camino a otro.
Los
científicos modernos se toman muy en serio estas posibilidades, y han creado
nombres para estos acontecimientos, así como para los lugares donde los mundos
se conectan. Mediante expresiones como «ondas del tiempo», «resultados
cuánticos» y «puntos de elección», profecías como las de Isaías adquieren
poderosos y nuevos significados. En lugar de ser pronósticos de acontecimientos
que se prevén para un día en el futuro, son destellos de las posibles
consecuencias de las decisiones que tomamos en el presente. Tales descripciones
suelen recordarnos un gran simulador cósmico, que nos permite ser testigos de
los efectos de nuestras acciones a largo plazo.
Sorprendentemente,
a semejanza de los principios cuánticos que sugieren que el tiempo es una
colección de resultados maleables y diversos, Isaías da un paso más,
recordándonos que las posibilidades de nuestro futuro vienen determinadas por
elecciones colectivas realizadas en el presente. Al compartir muchos individuos
una opción común, amplían el efecto y aceleran el resultado. Algunos de los
ejemplos más claros de este principio cuántico pueden observarse en las
oraciones masivas para que se produzcan milagros; de pronto se salta de una
situación futura a experimentar otra. A principios de los ochenta, los efectos
de la oración con una finalidad fueron documentados mediante experimentos
controlados en zonas urbanas con un alto índice de criminalidad.2'3
A través de estos estudios, el efecto localizado de la oración ha sido muy bien
documentado en publicaciones para todos los públicos. ¿Pueden aplicarse los
mismos principios a zonas más amplias, quizás a escala global?
El
viernes 13 de noviembre de 1998, se puso en práctica una oración masiva en
todo el mundo, como una opción para la paz en una época en que había una
escalada de tensión política en muchas partes del mundo. Concretamente, ese día
era la fecha límite impuesta a Irak para cumplir con las exigencias
de las Naciones Unidas respecto a las inspecciones de armamento. Tras meses
de negociaciones sin éxito para acceder a los lugares clave, las naciones de
Occidente habían dejado claro que el incumplimiento por parte de Irak daría
como resultado una campaña de bombardeo masivo y extensivo diseñado para
destruir las zonas donde se sospechaba que guardaban armamento. Semejante
campaña habría producido, sin duda alguna, una gran pérdida de vidas humanas,
tanto de civiles como de militares.
Una
comunidad global de varios cientos de miles de personas conectadas mediante la
World Wide Web, optó por la paz en una oración masiva cuidadosamente
sincronizada en momentos precisos de esa tarde. Durante el tiempo de oración,
tuvo lugar un acontecimiento que muchos consideran un milagro. A treinta
minutos del ataque aéreo, el presidente de Estados Unidos, tras recibir una
carta de los oficiales iraquíes diciendo que iban a cooperar con las solicitadas
inspecciones de armamento, dio la insólita orden al ejército estadounidense de
«deponer las armas», el término militar para suspender una misión.4
Las
probabilidades de que este hecho sucediera fortuitamente en el mismo marco de
tiempo en que se estaba llevando a cabo la oración mundial son mínimas. Los
escépticos han visto la sincronicidad que hubo en este ejemplo como una
«casualidad». Sin embargo, dado que se han visto anteriormente resultados
similares en acontecimientos ocurridos en Irak, en Estados Unidos y en Irlanda
del Norte, el creciente aumento de pruebas sugiere que el efecto de la oración
masiva es más que una coincidencia. Las pruebas, que confirman un principio
descubierto en textos centenarios, sencillamente afirman que la elección de
muchas personas, concentradas de una forma específica, tiene un efecto directo
y constatable sobre nuestra calidad de vida.
Aunque
tales cambios parezcan inexplicables por medios ordinarios, los principios
cuánticos los tienen en consideración como productos de la fuerza interior de
una elección colectiva o de un grupo. Quizá la perdida ciencia de la oración,
oculta en las antiguas tradiciones hasta que nuestro pensamiento actual pudiera
reconocerla, ofrezca una forma de acción para evitar la enfermedad, la
destrucción, la guerra y la mortandad profetizada para nuestro futuro. Nuestras
elecciones individuales se funden en nuestra respuesta colectiva para el
presente, con implicaciones que pueden ir desde unos pocos días hasta muchas
generaciones en el futuro.
Ahora
disponemos del lenguaje para introducir este poderoso mensaje de esperanza y
posibilidad en todos los momentos de nuestra vida. Aunque todo el alcance de
las más oscuras visiones de Isaías todavía ha de llegar, cada vez hay más
científicos, filósofos e investigadores que creen que estamos presenciando el
preludio de muchos de los acontecimientos que él predijo para nuestro tiempo.
¿Podrían
las antiguas claves como el rollo de Isaías haber sobrevivido dos mil años con
un mensaje tan poderoso que no pudiera ser reconocido hasta que se comprendiera
mejor la naturaleza de nuestro mundo? Nuestra disposición para permitir dicha
posibilidad podría convertirse en nuestro mapa de carreteras para evitar el
sufrimiento pronosticado por toda una serie de visiones sobre nuestro futuro.
Y
vi un nuevo cielo y una nueva tierra...
Escuché
una voz que decía:
«No
habrá más muerte,
- ni sufrimiento, ni llanto
porque todo esto ya ha pasado»
LIBRO ESENIO DE LAS REVELACIONES
(APOCALIPSIS DE SAN JUAN, 21,1.4)
Continuará...
- ni sufrimiento, ni llanto
porque todo esto ya ha pasado»
LIBRO ESENIO DE LAS REVELACIONES
(APOCALIPSIS DE SAN JUAN, 21,1.4)
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario