martes, 7 de agosto de 2012

7. El lenguaje de Dios (Continuación)

7. El lenguaje de Dios (Continuación)
¿CÓMO ORAMOS?

Tras el ejercicio de afirmaciones y oración, pregunté a los participantes si sentían que sus oraciones en el pasado habían tenido respuesta. Al principio hubo silencio, dudaban en responder. Poco a poco la gente empezó a levantar la mano para decir «no» o «sólo a veces»

Estas personas me estaban diciendo que para las categorías de la oración concernientes al dinero, trabajo, relaciones y maestros, muchos sentían que sus ruegos no habían sido escuchados.

Mi siguiente pregunta fue: «¿Por qué?». ¿Adónde recurrimos para comprender la sofisticada tecnología de la oración y cómo la aplicamos a nuestras vidas? Los investigadores de la oración, por razones de estudio, dividen las múltiples aplicaciones y métodos de oración utilizados en Occidente en grandes categorías. Por ejemplo, Margaret Paloma, profesora de sociología en la Universidad de Akron (Ohio), identifica cuatro clases o modos, que describo a continuación.

Oración coloquial

Nos comunicamos con Dios con nuestras propias palabras, describiendo informalmente nuestros problemas o dando las gracias por las bendiciones que recibimos en nuestras vidas: «Amado Dios, por favor, permite por esta vez que mi coche llegue a la gasolinera que está en la próxima salida de la autopista, te prometo que nunca volveré a dejar que se me acabe la gasolina».

Oración de petición

En este tipo de oración pedimos nuestro bien a las fuerzas creativas de nuestro mundo para obtener cosas o resultados específicos. La oración de petición puede ser formal o con nuestras propias palabras: «Poderosa presencia "Yo soy", reclamo mi derecho a sanar».

Oración ritualista

Aquí repetimos una secuencia determinada de palabras, quizás en ocasiones especiales o en momentos concretos. Las oraciones antes de irse a dormir como el «Con Dios me acuesto...», o el «Señor, bendice los alimentos que vamos a tomar... » Antes de las comidas, son ejemplos por todos conocidos.

Oración meditativa

Una oración meditativa es la que trasciende las palabras. En meditación estamos en silencio, quietos, abiertos y conscientes de la presencia de las fuerzas creativas dentro de nuestros mundos y nuestros cuerpos. En nuestra quietud, dejamos que la creación se exprese a través de nosotros en ese momento.

Para muchas personas, la práctica de la meditación va más allá de la oración. En el sentido más estricto de la palabra, si la meditación implica un pensamiento, un sentimiento y una emoción, puede ser definida como meditación y oración.

Los cuatro modos descritos, utilizados individualmente o combinados, constituyen el grueso de las modalidades de oración que se emplean en Occidente.

En mi experiencia de las tradiciones indígenas o esotéricas, siempre ha habido referencias a un modo de oración que nunca ha parecido encajar en ninguna de estas categorías. Los viajes a algunos de los lugares más sagrados de la Tierra me han revelado un modo de oración que está reservado para los iniciados y los estudiantes serios de temas espirituales. Las paredes de los templos de Egipto, las costumbres de los amerindios del Norte y los curanderos de las montañas de Perú me han enseñado una forma de oración que no parece ser conocida en las tradiciones occidentales.

¿Es posible que exista un quinto modo que nos permita fusionar nuestros pensamientos, sentimientos y emociones en una única y potente fuerza de creación? Además, ¿es esta la fuerza que abre directamente la puerta a los procesos de sanación en nuestro cuerpo y en el mundo? Tanto los textos antiguos como los estudios modernos nos dan a entender que así es.

Los ejemplos del cáncer curado, de la desaparición de la herida del cuello, la compresión del tiempo en el desierto del Sinaí y la misteriosa contraorden del bombardeo de Iraq nos ofrecen pistas sobre el secreto que envuelve a nuestro olvidado método de oración. Gracias a nuestra nueva comprensión del tiempo y de los puntos de elección, la física cuántica considera la posibilidad de cada uno de estos aparentes milagros como productos que ya existen.

El secreto de nuestro olvidado método de oración es cambiar nuestra visión de la vida sintiendo que el «milagro» ya se ha producido y que nuestras oraciones ya han sido escuchadas. Los pueblos indígenas del mundo comparten el recuerdo de esta oración en sus textos más sagrados y en sus tradiciones más antiguas. Ahora tenemos la oportunidad de atraer esta sabiduría a nuestras vidas en forma de oraciones de gratitud por lo que ya tenemos, en lugar de pedir para que nuestras oraciones sean escuchadas.

LA ORACIÓN DE DAVID

Estiré la mano por encima del hombro para alcanzar una botella de agua fresca de mi mochila. Eran sólo las once de la mañana y el alto sol del desierto ya había penetrado el grueso nailon, eliminando cualquier resquicio de frescor de la botella. Durante semanas nos habían estado avisando de que estaban prohibidas las fogatas y quemar basuras. Incluso lanzar un cigarrillo desde la ventana de un vehículo en marcha podía suponer una cuantiosa multa. Este era el tercer año de sequía en el desierto del sudoeste de Estados Unidos. Aunque era una época de climas extremos en todas partes, parecía que las montañas del norte de Nuevo México estaban especialmente afectadas. Las pistas de esquí no habían abierto ese año, y el río Grande se había reducido a un hilo antes de fusionarse con el río Rojo cerca de Questa.

Al coger la reblandecida botella de plástico para abrirla, se me derramó un poco de agua alrededor del tapón. Observé fascinado cómo el agua salpicaba el suelo. La superficie estaba tan reseca que las gotas se fusionaban formando un charquito antes de rodar al interior de una pequeña depresión cercana. Incluso dentro de ese hoyo superficial, no se difuminaron y absorbieron en la tierra. Para mi sorpresa, todo el charquito se evaporó en cuestión de segundos.

—La tierra tiene demasiada sed para beber —me dijo David suavemente desde detrás.

—¿Has visto antes una sequía como ésta? —le pregunté.

—Los ancianos dicen que hace más de cien años que las lluvias no nos dejaban durante tanto tiempo —respondió David— Esta es la razón por la que hemos venido a este lugar, para invocar a la lluvia.

Hacía años que conocía a David; de hecho, desde antes de trasladarme al elevado desierto del norte de Santa Fe. Los dos habíamos emprendido un viaje sagrado alejándonos de nuestros hogares, familias y seres queridos. Su gente llamaba a estos viajes la «búsqueda de la visión» Para mí suponía la oportunidad de escaparme de mis compromisos corporativos y estar en contacto con la tierra durante mi etapa periódica de reflexión sobre mi propósito y rumbo en la vida. A los cinco meses de habernos conocido, me fui a vivir a las montañas que había visitado para estar en soledad.

Aunque David y yo rara vez nos veíamos, cuando lo hacíamos era como si hubiéramos estado hablando el día anterior. Nunca había ninguna sensación de extrañeza o necesidad de disculparnos por nuestra falta de contacto. Los dos sabíamos que teníamos que dar prioridad a las cosas de nuestra vida que nos exigía nuestra atención. En ese momento estábamos juntos, compartiendo una tórrida mañana de verano en el desierto.

Tras un largo trago de mi botella caliente, me levanté y empecé a caminar hacia David. Él estaba a unos veinte pasos por delante. Le seguía por un camino invisible que sólo él podía ver. Nuestra marcha se hacía más rápida a medida que nos abríamos paso por densos matorrales de salvia y chamico que llegaban a la altura de las rodillas. Miré el suelo que tenía delante. Cada uno de mis pasos levantaba una pequeña nube de polvo que desaparecía en la tórrida y seca brisa. Detrás no quedaba ni rastro del camino que estábamos creando.

David sabía exactamente adónde íbamos; era un lugar conocido por su familia y antepasados durante muchas generaciones. Año tras año acudían a ese lugar en busca de la visión, para realizar sus ritos de paso, y en ocasiones especiales como hoy.

—Allí —dijo David. Miré hacia donde estaba apuntando. Tenía el mismo aspecto que los otros miles de hectáreas de salvia, junípero y pino que nos rodeaban en el valle.

-¿Dónde? —pregunté.

—Allí, donde cambia la tierra —respondió David.

Miré detenidamente, estudiando el paisaje. Revisé la parte superior de la vegetación, mis ojos buscaban irregularidades en el espacio y en el color. De pronto saltó a la vista, como una imagen oculta en uno de esos gráficos tridimensionales que disfrazan una imagen entre los puntos. Miré más de cerca y vi que las puntas de los arbustos de salvia tenían una distribución diferente. Al dirigirnos hacia la aparente anomalía, pude ver algo en el suelo, algo grande e inesperado. Me detuve para colocarme a la sombra que creaba mi propio cuerpo, y entonces pude ver una serie de piedras, hermosas y de todo tipo, organizadas para formar perfectas líneas y círculos geométricos. Cada piedra estaba exactamente situada, revelando la precisión con la que las antiguas manos las habían colocado cientos de años antes.

¿Qué es este lugar? —Le pregunté a David— ¿Por qué está aquí, en medio de la nada?

—Esta es la razón por la que hemos venido —Dijo riendo— por esto, lo que tú llamas «nada», es por lo que estamos aquí. Hoy sólo estamos tú y yo, la tierra, el cielo y nuestro Creador. Eso es todo. Aquí no hay nada más. Hoy nos pondremos en contacto con las fuerzas invisibles de este mundo; hablaremos con la Madre Tierra, con el Padre Cielo y con los mensajeros que están entre medio.

»Hoy rezaremos lluvia —dijo David.

Siempre me sorprende la rapidez con la que los viejos recuerdos pueden inundar el presente. Al igual que me sorprende lo pronto que se desvanecen. Al momento, mi mente buscó las imágenes de lo que esperaba que fuera a suceder a continuación. Recordé las escenas de oración que me eran familiares. Recordaba haber ido a los pueblos vecinos y ver a los nativos ataviados con prendas de su tierra. Recuerdo haberlos estudiado mientras se movían rítmicamente al son de los mazos de madera con los que percutían los tambores de cuero de alce tensado sobre marcos de pino. Sin embargo, ningún recuerdo de mi mente podía prepararme para lo que iba a presenciar.

—El círculo de piedra es una rueda de medicina —me explicó David— Que nosotros recordemos, siempre ha estado aquí. La rueda no tiene poder en sí misma. Sirve como objeto de concentración para invocar la oración. Puedes verlo como un mapa de carreteras.

Yo debía de haber puesto cara de perplejidad. Por lo que David se adelantó a mi pregunta y la respondió antes de que hubiera acabado de formularla en mi mente.

—Un mapa entre los seres humanos y las fuerzas de este mundo —dijo respondiendo a la pregunta que todavía no había formulado— El mapa fue creado aquí, porque en este lugar las pieles de ambos mundos son muy finas. Cuando yo era un niño me enseñaron el lenguaje de este mapa. Hoy recorreré un antiguo camino que conduce a otros mundos. Desde esos mundos, hablaré con las fuerzas de esta tierra, para hacer lo que hemos venido a hacer. Invitar a la lluvia.

Observé cómo David se sacaba los zapatos. Hasta la forma en que se desataba los lazos de sus viejas botas de trabajo era una oración, metódica, intencionada y sagrada. Con sus pies descalzos sobre la tierra, se dio la vuelta y se apartó de mí en dirección al círculo. Sin emitir sonido alguno recorría su camino alrededor de la rueda, con sumo cuidado para respetar la colocación de cada una de las piedras.

Con veneración hacia sus antepasados, colocó sus desnudos pies sobre la tierra agrietada. En cada paso, los dedos de sus pies se acercaban a menos de un centímetro de las piedras exteriores. Ni una sola vez las tocó. Cada piedra se quedó justa en el mismo sitio donde otras manos, de una generación hace mucho tiempo desaparecida, las habían colocado. Mientras circundaba el contorno más lejano del círculo, David se giró, permitiéndome ver su rostro. Para mi sorpresa, sus ojos estaban cerrados. Habían estado así todo el tiempo. ¡Estaba venerando una a una la posición de cada piedra blanca y redonda sintiéndolas mediante la posición de sus pies!

David regresó al lugar más cercano a mí y colocó sus manos en posición de oración delante de su cara. Su respiración era casi imperceptible. Parecía no enterarse del calor del sol del mediodía. Tras unos breves segundos en esta posición, respiró profundamente, relajó la postura y se giró hacia mí.

—Vámonos, aquí ya hemos terminado —dijo mirándome directamente.
—¿Ya? —pregunté un poco sorprendido. Parecía como si acabáramos de llegar— Pensé que íbamos a rezar para invocar a la lluvia.

David se sentó en el suelo para ponerse de nuevo los zapatos. Me miró y sonrió.
—No, yo te dije que «rezaría lluvia» —respondió— Si hubiera rezado para invocar a la lluvia, nunca podría suceder.

Por la tarde cambió el tiempo. La lluvia empezó de repente, con unos pocos sonidos sordos sobre la tierra que estaba en dirección a las montañas del este. En cuestión de minutos las gotas se fueron haciendo más grandes y más frecuentes, hasta que se declaró una tormenta con todas las de la ley. Enormes nubes negras cubrían el valle, oscureciendo las montañas de Colorado por el norte durante el resto de la tarde. El agua se acumulaba con tanta rapidez que la tierra no la podía absorber, y al cabo de poco tiempo empezaron los temores a las inundaciones. Miré los 18 kilómetros de salvia que había entre donde me encontraba yo y la cadena montañosa al este. El valle parecía un inmenso lago.

A última hora de la tarde, miré la previsión meteorológica de las estaciones locales. Aunque no estaba sorprendido, recuerdo haber sentido admiración mientras los mapas del tiempo coloreados parpadeaban en la pantalla. Las flechas animadas indicaban el típico patrón de aire frío y húmedo que descendía formando un ángulo desde la región Noroeste del Pacífico, atravesaba Utah y entraba en Colorado, como solía hacer en los meses de verano. Luego, inexplicablemente, la corriente cambió su curso e hizo algo excepcional.

Observaba, sorprendido, cómo la masa de aire se adentraba con precisión en el sur de Colorado y norte de Nuevo México antes de formar un cerrado bucle para cambiar de dirección y regresar al norte, reanudando su camino a través de la región Central. Con ese descenso se convertía en un frente de baja presión y aire frío que se mezclaría con el aire caliente y húmedo que ascendía del Golfo de México, la receta perfecta para la lluvia. Por las previsiones del tiempo, parecía que iba a llover y bastante. Llamé a David a la mañana siguiente.

— ¡Qué desastre! —Exclamé— Las carreteras han desaparecido. Las casas y los campos están inundados. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo explicas toda esta lluvia?
La voz al otro lado de la línea permaneció en silencio durante unos segundos.
—Ese es el problema —dijo David— ¡Esta es la parte de la oración que todavía no he comprendido!

A la mañana siguiente, la tierra ya estaba lo bastante húmeda para aceptar más agua. Me monté en el coche y atravesé varios Pueblos en dirección a la ciudad más cercana. La gente estaba extasiada contemplando la lluvia. Los niños jugaban en el barro. Los granjeros estaban en las ferreterías y tiendas de ultramarinos, ocupándose de sus negocios de ganadería y agricultura. Las cosechas habían sufrido un daño mínimo. El ganado tenía agua en sus estanques y parecía como si el norte de Nuevo México hubiera superado la tristeza de la sequía, al menos en lo que quedaba de verano.

GRATITUD: RESPIRAR LA VIDA EN NUESTRAS ORACIONES

La historia de David ilustra perfectamente el funcionamiento interno de un modo de oración olvidado por nuestra cultura hace casi dos mil años. Tras su breve ceremonia dentro del círculo de la medicina, David me había mirado y dicho simplemente:

«Vámonos, aquí ya hemos terminado nuestro trabajo». El resto del tiempo que estuve con David ese día, ahora tiene mucho más sentido e importancia.

Ya sé lo que significaba la respuesta de David «he venido a rezar lluvia». El resto de la historia quizá sea mejor contarla con sus propias palabras.

—Cuando era joven —dijo— nuestros mayores me transmitieron el secreto de la oración. El secreto es que cuando pedimos algo, estamos reconociendo que no lo tenemos. Seguir pidiendo sólo aumenta el poder de lo que nunca sucederá.

«El camino entre el ser humano y las fuerzas de este mundo empiezan en nuestro corazón. Es allí donde nuestro mundo de los sentimientos se une con el de nuestro pensamientos» En mi oración, empecé con un sentimiento de gratitud por todo lo que existe y por todo lo que ha sucedido. Di gracias al viento del desierto, al calor y a la sequía, pues hasta ahora así es como ha sido. No es bueno. No es malo. Ha sido nuestra medicina.

»Luego he escogido otra medicina. Empecé a sentir lluvia. Sentí la lluvia cayendo sobre mi cuerpo. De pie en el círculo de piedra, imaginé que estaba en la plaza de nuestro pueblo, descalzo bajo la lluvia. Sentí la sensación de la tierra húmeda que rezumaba entre los dedos de mis pies. Olí el olor de la lluvia en las paredes de paja y barro de las casas de nuestro pueblo después de las tormentas. Sentí la sensación de caminar por los campos de maíz que crecía hasta la altura de mi pecho debido a la generosidad de las lluvias. Los ancianos nos recuerdan que así es como elegimos nuestro camino en este mundo. Primero hemos de tener el sentimiento de lo que deseamos experimentar. Así es como plantamos las semillas para un nuevo camino. De ahí en adelante —prosiguió David— nuestra oración se convierte en una acción de gracias.

— ¿Gracias? ¿Quieres decir gracias por lo que hemos creado?

—No, no por lo que hemos creado —-respondió David— la creación ya esta completa. Nuestra oración se convierte en una oración de gracias por la oportunidad de elegir qué creación vamos a experimentar. Mediante nuestro agradecimiento, veneramos todas las posibilidades y atraemos a nuestro mundo aquellas que deseamos.

De este modo, con las palabras de su pueblo, David había compartido conmigo el secreto de entrar en comunión con las fuerzas de nuestro mundo y nuestros cuerpos. Aunque había escuchado y comprendido lo que me había dicho, sus palabras todavía son más significativas para mí hoy en día.

NUESTRO MÉTODO DE ORACIÓN OLVIDADO

Después de haber estado con David, volví a buscar en los textos, algunos antiguos, otros contemporáneos. Descubrí que muchos grupos, organizaciones y sistemas filosóficos hablaban de nuestro olvidado método de oración. Muchos continúan practicándolo, con técnicas que nos dicen «piensa como si tus oraciones ya se hubieran hecho realidad» o «como si tus oraciones vinieran del lugar donde se cumple la oración». No obstante, por más que he investigado estas tecnologías, casi siempre el elemento del sentimiento brillaba por su ausencia.

A mediados del siglo XX, un hombre conocido simplemente como Neville puso en la vanguardia del pensamiento contemporáneo el método olvidado de oración con su trabajo pionero sobre las leyes de causa y efecto. Nacido en Barbados, Antillas, Neville describió elocuentemente su filosofía de hacer realidad nuestros sueños mediante el sentimiento e invitamos a «hacer de [nuestro] futuro sueño un hecho en el presente, adoptando el sentimiento de [nuestro] deseo realizado».4 Además, Neville sugiere que es el amor por nuestro nuevo estado el que infunde poder para que su existencia se haga realidad. «A menos que tú mismo entres en la imagen y pienses desde ella, esta no puede nacer. »' Examinar una oración específica, como una oración por la paz, puede aportar un grado de concreción a estos conceptos a veces un tanto confusos.

Los condicionamientos reinantes en nuestras tradiciones occidentales han hecho que «pidiéramos» que la paz se produzca bajo determinadas circunstancias. Al pedir que haya paz, por ejemplo, estamos reconociendo inconscientemente el hecho de que no la hay, quizá hasta reforcemos lo que puede ser visto como un estado de violencia.

Desde la perspectiva de nuestro quinto modo de oración, se nos invita a crear paz en nuestro mundo mediante el pensamiento, el sentimiento y la emoción en nuestro cuerpo. Una vez que hemos creado en nuestra mente la imagen de nuestro deseo y hemos sentido que este se ha realizado en nuestro corazón, ¡Ya ha sucedido! Aunque el propósito de nuestra oración puede que, todavía no se haya materializado ante nuestros sentidos, suponemos que así es. El secreto del quinto modo de oración reside en reconocer que cuando sentimos, el efecto de nuestros sentimientos ya ha tenido lugar en alguna parte, en algún plano de nuestra existencia.

Nuestra oración se origina entonces desde una perspectiva muy distinta. En lugar de pedir que se produzca el resultado de nuestra oración, reconocemos nuestro papel como una parte activa de la creación y damos gracias por lo que estamos seguros de haber creado. Tanto si vemos los resultados inmediatamente como si no, reconocemos que en algún lugar de la creación nuestra oración ya ha sido escuchada. Ahora nuestra oración se convierte en una oración afirmativa de acción de gracias, que alimenta nuestra creación y permite que se desarrolle en su máximo potencial. A continuación expongo un resumen de nuestra oración por la paz, desde la perspectiva tradicional y desde la de nuestro método olvidado de oración.

Oración de petición

1.    Nos centramos en las condiciones donde creemos que no existe la paz.

2.    Pedimos la intervención de un gran poder para que cambie dichas condiciones.

3.    Al hacer la petición, puede que estemos reconociendo que la paz y que el cambio positivo todavía no existen en esos lugares.

4.    Continuamos pidiendo esta intervención hasta que vemos que se produce el cambio en nuestro mundo.

El quinto modo de oración

1.    Tomamos nota de todos los acontecimientos, los que vemos cuando no hay paz, sin juzgarlos como buenos, malos, justos o injustos.

2.    Mediante la tecnología del pensamiento, el sentimiento y la emoción creamos las condiciones desde nuestro interior que elegimos para tomar nota de nuestro mundo exterior. Por ejemplo: «Un cambio positivo en la Tierra, sanación para todo tipo de vida y paz en todos los mundos». Nuestro sentimiento de que ya es así da fuerza a nuestra oración y materializa ese fruto. Al hacerlo, hemos renovado el recuerdo de una posibilidad mejor. Reconocemos el poder de nuestra «tecnología interna» y damos por hecho que nuestra petición ya se ha cumplido; la paz y el cambio positivo ya están aquí.

Nuestra oración consiste ahora en:

a)    reconocer lo que hemos elegido,

b)    sentir que ya se ha cumplido,

c)    dar gracias por tener la oportunidad de elegir, y al hacerlo infundimos vida en nuestra elección.

Las últimas traducciones de los textos arameos originales ofrecen nuevas visiones de por qué las referencias a la oración han sido tan ambiguas en el pasado. Los manuscritos del siglo XII revelan el grado de las libertades que se tomaron para condensar la estructura de las frases y simplificar su significado. Quizás una de las referencias más evidentes, y al mismo tiempo, sutiles, sea una oración que se ha enseñado durante varias generaciones a los estudiantes de teología y a los alumnos del catecismo dominical.

Este fragmento de nuestro método de oración olvidado nos invita a «pedir» el beneficio de nuestra oración, como en nuestra conocida admonición «pedid y recibiréis». La comparación del texto arameo ampliado con la versión bíblica moderna de la oración nos ofrece poderosas revelaciones sobre las posibilidades de esta tecnología perdida.

La versión moderna condensada:

En verdad, en verdad os digo, que todo cuanto pidiereis a mi Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Juan, 16,2324).

La versión original, vuelta a traducir del arameo:

Todo aquello que pidas directa y abiertamente... en mi nombre, te será concedido. Hasta ahora no lo has hecho. Pide sin un motivo oculto y serás rodeado por la respuesta. Déjate envolver por lo que deseas, que tu júbilo sea completo...'

A través de las palabras de otros tiempos, se nos invita a acoger nuestro olvidado método de oración como una conciencia que nosotros encarnamos, en lugar de una forma prescrita de acción que realizamos para tal efecto. Al invitarnos a estar «rodeados» por nuestra respuesta y «envueltos» por lo que deseamos, este antiguo pasaje hace hincapié en el poder de nuestros sentimientos. En nuestro lenguaje actual, esta elocuente frase nos recuerda que para crear nuestro mundo, en primer lugar hemos de tener los sentimientos de que nuestra creación ya se ha realizado. Nuestras oraciones se convierten entonces en una acción de gracias por lo que hemos creado, en lugar de ser peticiones de lo que queremos que suceda.

UNA NUEVA FE

No puedo decir a ciencia cierta que la oración de David tuviera algo que ver con las tormentas que se produjeron durante el tiempo que estuvimos juntos. Lo que sí puedo decir es que el tiempo en el norte de Nuevo México cambió ese día. Tras semanas de sequía, de cosechas perdidas y ganado deshidratado, en un día cambió el tiempo y llegaron lluvias torrenciales que dieron lugar a lluvias diarias que duraron hasta las heladas de otoño. Además, puedo decir que hubo una sincronicidad entre el inesperado cambio de tiempo y la experiencia que compartí con David. El tiempo que transcurrió entre los acontecimientos fue cuestión de horas. ¿Cómo podemos probar un hecho de tal magnitud e importancia?

Los habitantes de los pueblos de amerindios en la desierta región suroeste no necesitan pruebas; sin duda alguna, ellos saben que dentro de cada uno de nosotros se encuentra el poder para comunicarnos directamente con las fuerzas creadoras de este mundo y fuera de él. Lo hacen sin expectativas, sin juzgar el resultado de su comunión. Por ejemplo, si no hubieran venido las lluvias, David habría visto la ausencia de las mismas como una parte de su oración, en lugar de como una señal de fracaso. Su oración no ponía condiciones. No puso una fecha al resultado de su comunión con las fuerzas de la naturaleza.

David había compartido un momento divino con los poderes de la creación, había plantado la semilla sagrada de una posibilidad a través de su oración y había dado gracias por tener la oportunidad de elegir otro resultado. Su inquebrantable fe en que su oración había logrado algo es la clave para regresar a nuestra oración perdida.

En nuestro mundo moderno, con frecuencia esperamos una gratificación y una respuesta rápida. El tiempo de procesamiento de nuestros ordenadores, por ejemplo, supera en más de cincuenta veces la rapidez de los primeros microordenadores de principios de los ochenta. Entonces, pensábamos que eran rápidos. Esperar durante más de una fracción de segundo tras teclear nuestro comando en el teclado a veces nos provoca ansiedad por obtener una respuesta que hace sólo unos años suponía el último avance de la tecnología.

Los hornos microondas han reducido a la mitad el tiempo que se necesitaba para hervir el agua con la cocina de gas o eléctrica convencional. Ahora, esperamos con impaciencia a que el reloj digital marque los segundos que quedan para que hierva el agua. Ha habido una tendencia a ver los resultados de la oración del mismo modo. Si los resultados no son inmediatos, sentimos que no ha funcionado. Los antepasados eran más sabios.

Cuando David oraba lluvia, sabía a ciencia cierta que con su oración había invitado una nueva posibilidad. También sabía que su oración no era más que una posibilidad. Quizás el efecto no sería inmediato para nuestros ojos. Mientras él y yo estábamos de pie en el campo de salvia, en lo alto de los desiertos del norte de Nuevo México, el hecho de que no viéramos inmediatamente la lluvia no le afectó a David demasiado. Estaba seguro de su capacidad para elegir otro resultado y su confianza era algo natural para él.

La certeza de David de haber plantado la semilla de la posibilidad en alguna parte de las profundidades de la creación, nos conduce a replanteamos una palabra que puede que en los últimos tiempos haya perdido su significado. Esa palabra es fe. Aunque en The American Heritage College Dictionary la fe se define como «creencia que no se basa en pruebas lógicas o evidencias materiales», los antepasados y los pueblos indígenas de nuestros días aceptan una definición de la palabra mucho más amplia.

Su comprensión es tan válida hoy en día como lo fue en generaciones pasadas, cuando la fe era la clave para comunicarse con las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Gracias a su maravillosamente integrada visión de nuestro papel en la creación, la fe se convierte en la aceptación de nuestro poder como fuerza directriz en la creación. Esta visión unificada es la que nos permite avanzar en la vida con la confianza de que a través de nuestras oraciones hemos plantado las semillas de nuevas posibilidades.

Nuestra fe nos permite reasegurarnos de que nuestras oraciones han sido escuchadas. Con esta conciencia, nuestros rezos se transforman en expresiones de gratitud que infunden vida a nuestras elecciones a medida que estas se manifiestan en el mundo.

Siete son los senderos
que cruzan el Huerto Infinito,
y cada uno deberá transitarse
con el cuerpo, el corazón y la mente cual uno…
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ

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