Nota. En los Meses de Marzo y Abril aparecieron los capítulos del 1 al 6
de este tema “El Código Isaías” y en virtud de que nos ocupamos de los temas de
la Prueba Enlace en los meses siguientes, es hasta ahora que continuamos con el
capitulo siguiente.
7 - EL LENGUAJE DE DIOS
La ciencia perdida de la oración y de la profecía
Las antiguas tradiciones sugieren que el efecto de
la oración procede de algo que no son las palabras en sí mismas. Quizás esta
sea la razón por la que haya tanta gente que parezca haber perdido la fe en la
oración. Tras las revisiones de la Biblia en el siglo IV, los detalles
subyacentes al lenguaje de la oración se fueron perdiendo gradualmente en las
tradiciones occidentales, dejando sólo las palabras. En esta era, muchos
empezaron a creer que el poder de la oración residía sólo en la palabra
hablada.
Las revelaciones de los textos anteriores al siglo
IV, sin embargo, nos recuerdan que no hay códigos mágicos en las vocales y las
consonantes que nos abran las puertas a reinos olvidados. El secreto de la
oración trasciende las palabras de alabanza, los encantamientos y los cantos
rítmicos de los «poderes que son». * Mediante textos como los manuscritos del
mar Muerto, se nos invita a vivir la intención de nuestra oración en nuestras
vidas, pues si las palabras sólo se «repiten con los labios, son como una colmena
muerta... Que no da más miel».1
* En el lenguaje esenio se hace referencia a los
ángeles de muchas formas, una de ellas es como fuerzas o poderes. (Nota de la T)
EXPRESAR LO INEFABLE
El poder de la oración reside en una fuerza que no
se puede describir ni transmitir como la palabra escrita; son los sentimientos
que sus palabras evocan en nuestro interior. Es el 'sentimiento que ponemos en
nuestras oraciones el que nos abre la puerta e ilumina nuestro camino hacia las
fuerzas visibles e invisibles. Aunque, con frecuencia, otras referencias
antiguas hacen alusión a este aspecto de nuestra comunión con la creación, el
abad del Tíbet nos confirmó el elemento del sentimiento en la oración durante
nuestra audiencia privada.
Respecto a mi pregunta sobre lo que les estaba
ocurriendo interiormente a los monjes y a las monjas cuando contemplábamos la
expresión exterior de sus oraciones, el abad respondió con una sola palabra:
sentimiento. Las expresiones externas de la oración qué presenciamos en los
monasterios del Tíbet eran una manifestación de los movimientos y sonidos que
utilizaban los monjes y las monjas para crear los sentimientos en su interior.
El abad llevó su respuesta todavía un poco más lejos cuando nos dijo que el
sentimiento era algo más que un factor en la oración. ¡Hizo hincapié en que el
sentimiento es la oración!
A través de la comunión con los elementos de este
mundo, se nos abren las puertas a los grandes misterios de la vida, a la
oportunidad de «ver lo invisible, escuchar lo inaudible y expresar lo
inefable». La oración en su forma más pura no tiene expresión externa. Aunque
podamos pronunciar una secuencia de palabras prescrita que nos ha sido
transmitida de generación en generación, esta ha de originar un sentimiento
dentro de nosotros, para que llegue al mundo que nos rodea. En el mejor de los
casos, cualesquiera que sean las palabras que escojamos para recitar nuestras
oraciones en voz alta, sólo serán una aproximación al sentimiento interior que
intentan describir. ¿Cómo pudieron los grandes maestros hace dos mil años
enseñar estos sentimientos? ¿Cómo podemos compartirlos hoy en día?
Muchas veces, cuando me piden que hable a grupos
sobre la oración, surge una pregunta que me recuerda una conversación que tuve
hace años con mi madre. Una tarde, mientras hablábamos por teléfono entre
breves visitas y a través de varias zonas horarias, yo estaba compartiendo mis
impresiones acerca de un nuevo taller que había preparado sobre la compasión.
Cuando le di mi definición de oración que comprendía sentimiento y emoción, mi
madre me hizo una pregunta que me han hecho muchas personas desde aquel día en
muchas y diversas situaciones. Abierta e inocentemente, me dijo sin más:
« ¿Cuál es la diferencia entre emoción y
sentimiento? Siempre había pensado que eran lo mismo»
Sentía curiosidad por escuchar la visión de mi
madre sobre estas, a veces, confusas experiencias que desempeñan un papel tan
importante en nuestras vidas. Como cabía esperar, su explicación se asemejaba a
las definiciones comúnmente aceptadas en la actualidad en Occidente. Por
ejemplo, algunos diccionarios consideran ambas palabras casi sinónimas y usan
cada una de ellas para definir a la otra. En The American Heritage
Dictionary of the English Language, la palabra sentimiento es
definida como «un estado emocional o disposición; una emoción tierna». (En el
mismo texto, emoción la definen en un sitio como «sentimiento fuerte», y en otro
como sinónimo de sentimiento)
Aunque estas definiciones puedan servir a los
propósitos de nuestro mundo actual, los antepasados hacían una distinción.
Además, aunque íntimamente relacionados, pensamiento y sentimiento
se consideran elementos sin conexión, claves, que se pueden utilizar para
realizar un cambio en las condiciones externas, en nuestro cuerpo, nuestro
mundo y más allá de éste.
COMO ARRIBA...
En un relato de hace veinte siglos, las gentes de
Tierra Santa hicieron una pregunta a sus guías que continúa resonando en
nuestras mentes. Salvo por condiciones específicas, la pregunta sigue siendo
inquietantemente similar. Respecto a la paz en el mundo, nuestros antepasados
preguntaron:
« ¿Cómo, entonces, podemos traer paz a nuestros
hermanos?... Pues queremos que todos los Hijos de los Hombres compartan las
bendiciones del ángel de la paz»
Los maestros esenios respondieron ilustrando el
papel del pensamiento, del sentimiento y de la poderosa naturaleza de la
oración. Sus palabras, desafiando nuestra lógica actual, nos recuerdan que la
paz es algo más que la simple ausencia de agresión o de guerra. La paz
trasciende el término de un conflicto o una declaración política.
Aunque puede que forcemos el aspecto externo de la
paz sobre un pueblo o una nación, es el pensamiento subyacente el que se ha de
cambiar para crear una paz auténtica y duradera. Los maestros esenios, en
palabras que, sorprendentemente, suenan muy similares a las budistas y
cristianas, respondieron que,
«Tres son las moradas del Hijo del Hombre... Su
cuerpo, sus pensamientos y sus sentimientos... Primero el Hijo del Hombre
deberá hallar la paz en su propio cuerpo. Luego el Hijo del Hombre deberá
buscarla en sus pensamientos... Por último buscará en sus sentimientos». 3
Los antepasados nos ofrecieron una elocuente visión,
de una forma de pensar que nos permite redefinir lo que hemos experimentado
fuera, recurriendo a aquello en lo que nos hemos convertido interiormente. Una
escuela de medicina, similar en algunos aspectos al sistema de la práctica
sanitaria occidental, aporta un cambio al atacar la enfermedad misma. Según
este sistema se eliminan los cuerpos extraños mediante medicamentos, o se
extirpan quirúrgicamente los órganos y tejidos que parecen enfermos.
Otra escuela de pensamiento trasciende la expresión
externa del aspecto de nuestro cuerpo y va en busca de los factores subyacentes
que pueden ser la causa de ese estado, donde las fuerzas invisibles del
pensamiento, el sentimiento y la emoción se convierten en el plano que nos
ayudará a comprender y cambiar las situaciones de nuestra vida que ya no nos
sirven.
Para cambiar las condiciones del mundo exterior, se
nos invita que primero las transmutemos desde dentro. Cuando lo hacemos, las
nuevas condiciones de salud o de paz se proyectan en el mundo que nos rodea.
Esto es esencial en el pasaje esenio que he citado'
Para aportar paz a nuestros seres queridos, primero
hemos de convertirnos en esa paz. En el lenguaje de su tiempo, los autores de
los manuscritos del mar Muerto incluso nos ofrecen revelaciones de la
tecnología que facilita esta sanadora cualidad de la paz: se ha de producir en
nuestros pensamientos, sentimientos y cuerpos. ¡Qué poderoso concepto y cuánta
fuerza transmite!
Cuando comparto en grupo los pasajes de los
esenios, observo las caras de las personas desde mi ventajosa situación en la
parte frontal del aula. Al principio el cambio se produce lentamente. Mientras
unas personas sencillamente anotan las palabras en sus cuadernos con pocas
muestras de emoción, otras se entusiasman e inmediatamente captan el
significado de las antiguas enseñanzas. Al confirmar ideas actuales con los
manuscritos que nos legaron aquellos que siguieron el mismo camino y que
buscaban las mismas confirmaciones hace dos mil años, se produce algo mágico.
A través de sus visiones, los esenios ancianos
diferenciaban claramente entre emoción, pensamiento y sentimiento. Aunque el
pensamiento y la emoción estén íntimamente relacionados, primero han de ser
considerados aparte, y luego fundirse en una unión de sentimiento que se
convierte en el lenguaje de creación silencioso. Las descripciones siguientes
de cada experiencia son consignas que nos conducen al núcleo de nuestro perdido
modo de orar.
Emoción
La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una dirección a nuestras emociones, y éstas inyectan vida en la imagen producida por nuestros pensamientos.
La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una dirección a nuestras emociones, y éstas inyectan vida en la imagen producida por nuestros pensamientos.
Las tradiciones antiguas sugieren que somos capaces
de tener dos emociones primarias. Quizá para ser más exactos, podríamos
decir que a lo largo de nuestras vidas experimentamos varias condiciones que se
resuelven en una sola emoción. El amor es un extremo de esas
condiciones. Cualquier cosa que creamos que se opone al amor es el segundo
extremo, con frecuencia definido como miedo. La calidad de nuestra
emoción determina cómo se expresará esta. La emoción, unas veces fluyendo y
otras alojada en los tejidos de nuestro cuerpo, está íntimamente relacionada
con el deseo, que es la fuerza que conduce a nuestra imaginación a una
resolución.
Pensamiento
El pensamiento se puede considerar como el sistema
de guía que dirige nuestra emoción. La imagen o la idea creada por nuestro
pensamiento es la que determina hacia dónde se dirige nuestra atención o
emoción. El pensamiento está íntimamente relacionado con la imaginación.
Sorprendentemente, para muchas personas, el pensamiento por sí solo no tiene
mucha energía; es sólo una posibilidad sin energía que le dé vida. Es la
belleza del pensamiento puro.
Ante la ausencia de emoción, no hay poder que pueda
hacer realidad nuestros pensamientos. Nuestro don del pensamiento carente de
emoción es el que nos permite modelar y simular las posibilidades de la vida
sin riesgo, sin crear temor o caos en nuestras vidas. Es sólo con nuestro amor
o miedo hacia los objetos de nuestros pensamientos como infundimos vida a las
creaciones de nuestra imaginación.
Sentimiento
El sentimiento sólo puede existir cuando hay
pensamiento y emoción, puesto que representa la unión de los dos. Cuando
sentimos, estamos experimentando el deseo de nuestra emoción fusionada con la
imaginación de nuestros pensamientos. El sentimiento es la clave de la oración,
al igual que nuestro mundo de los sentimientos lo es para la creación. Cuando
atraemos o repelemos a otras personas, situaciones y condiciones que
encontramos en nuestra experiencia, quizá deberíamos observar nuestros
sentimientos para comprender la razón.
Por definición, para tener un sentimiento, en
primer lugar hemos de tener un pensamiento y una emoción. El reto para
desarrollar nuestro nivel más elevado de dominio personal es reconocer qué
pensamientos y emociones representan nuestros sentimientos.
De estas simples y hasta quizá demasiado
simplificadas definiciones, es evidente por qué es imposible «pensar sin más»
en experiencias aterradoras y dolorosas. El pensamiento sólo es un componente
de nuestra experiencia, «ver» en nuestra mente los posibles resultados. El
dolor, sin embargo, es un sentimiento, el producto de nuestro pensamiento
alimentado por el amor o el odio hacia lo que nuestra mente cree que ha
ocurrido. Los maestros esenios, con esta fórmula, nos invitan a sanar los
recuerdos de nuestras experiencias más dolorosas cambiando la emoción de la
propia experiencia.
Como antigua base para el axioma moderno «la
energía sigue a la atención», una parábola concisa del perdido Evangelio Q
describe este concepto: «Quien quiera proteger su vida, acabará perdiéndola».
Estas engañosas y breves palabras explican por qué a veces atraemos a nuestras
vidas experiencias que son las últimas que habríamos deseado tener.
En este ejemplo, mientras nos preparamos y
defendemos contra todas las posibilidades y situaciones en las que podríamos
perder nuestras vidas, el modelo sugiere que en realidad estamos llevando la
atención a esa misma experiencia que estamos intentando evitar. Al no querer,
creamos la condición que permite que suceda. En lugar de centrar nuestra
atención en lo que no queremos, es mucho mejor identificamos con lo que
queremos traer a nuestras vidas y vivir con esa perspectiva. Justamente las
afirmaciones proporcionan un maravilloso ejemplo de este principio.
Últimamente, las afirmaciones se han hecho
muy populares entre los seguidores de algunas enseñanzas esotéricas y
espirituales. En estas tradiciones se sugiere que al afirmar, muchas veces al
día, las cosas que elegimos experimentar en nuestra vida, estas llegan a
suceder. En general, cuanto menos complicada sea la afirmación, más claro será
el efecto. Las palabras de nuestras afirmaciones con frecuencia reflejan un
deseo de cambio en la vida, como por ejemplo:
«Mi pareja perfecta se está manifestando para mí en
este momento» o «Estoy desbordante ahora y en todas las manifestaciones
futuras».
Conozco personas que llevan sus afirmaciones hasta
el grado de convertirlas en una disciplina formal. Empiezan a prepararse en el
aseo con notas pegadas alrededor del espejo, recordándose las afirmaciones.
Cuando cogen el coche para ir al trabajo por la mañana, pegan las notas en el
salpicadero y se las cuelgan en los retrovisores. En el trabajo en su despacho
las pegan en la mesa, en el tablón de notas y en la pantalla del ordenador;
cada nota es como un recordatorio de esas cosas que han elegido cambiar o traer
a sus vidas.
Es evidente que a algunas personas las afirmaciones les han abierto poderosas puertas. Por primera vez, las personas han empezado a sentirse dueñas y responsables de las cosas que les pasan en la vida. A algunas personas las afirmaciones les han funcionado; sin embargo, a otras muchas no. Tras meses de innumerables repeticiones de recordatorios creativos sin resultado alguno, sencillamente han dejado de repetir las afirmaciones. Nuestro antiguo modelo de pensamiento, emoción y sentimiento podría ayudar a esas personas a comprender lo que ha sucedido o lo que no ha sucedido.
CUANDO LA ORACIÓN NO FUNCIONA
No hace mucho hice una encuesta informal entre los
participantes de mis seminarios respecto a la oración. Utilicé los resultados
para proporcionar un ejemplo actual de la naturaleza de la oración en ese tipo
de audiencia en particular. Cada encuesta empezaba con la pregunta: «Cuando
rezas, ¿qué pides?». Me puse un tablón con las hojas y delante de él iba
registrando los múltiples y variados escenarios que habían descrito los
miembros de cada grupo.
Después de seis meses de estas encuestas
informales, de públicos que eran una muestra representativa de distintos
estratos sociales, étnicos, geográficos y de edad, pude definir cuatro
propósitos para orar: para conseguir más dinero, un trabajo mejor, tener buena
salud y mejorar las relaciones, justamente en este orden.
Orar por Pensamiento Sentimiento Emoción,
1. Más dinero,
2. Un trabajo mejor,
3. Buena salud,
4. Mejorar las relaciones,
2. Un trabajo mejor,
3. Buena salud,
4. Mejorar las relaciones,
Al aplicar nuestro modelo de oración como
pensamiento, sentimiento y emoción, podemos averiguar por qué funcionan
nuestras oraciones y qué sucede cuando no es así. Por ejemplo, a la cabeza de
la lista, lo más normal era rezar por dinero. Si queremos rezar para conseguir
«más dinero», primero hemos de ser conscientes de cuánto dinero tenemos. Si
rellenamos los espacios en blanco a medida que nos desplazamos por la tabla
hacia la derecha, obtendremos una visión sobre la cualidad de dichas
percepciones.
Cuando pedí a los asistentes que piden más dinero
en sus oraciones que describieran sus pensamientos sobre él, las respuestas me
llegaban desde todas las direcciones de la sala. Como cabía esperar, eran
bastante similares. Frases como «no tengo bastante», «necesito más» y «se me
está acabando» eran bastante frecuentes. Enseguida apunté las palabras que correspondían
al apartado «pensamiento».
Antes hemos identificado el pensamiento como
nuestro sistema de guía, el programa direccional para la energía que movemos en
el mundo. Sin ese poder que alimenta a nuestro pensamiento, este podría existir
indefinidamente como una posibilidad en nuestra mente. El potencial del
pensamiento sin la energía que lo alimenta, es lo que conocemos como deseo.
Para que nuestro pensamiento tenga fuerza, hemos de infundirle energía; quizás
esta sea la respuesta a por qué nuestras oraciones a veces parecen no tener
respuesta.
Cuando no está el poder que da vida a nuestras
afirmaciones, éstas pueden existir indefinidamente como un potencial, como
deseos bienintencionados.
Es nuestro don de la emoción el que confiere poder
a la posibilidad de nuestro deseo. Al reconocer que podemos elegir amor o miedo
como la emoción que alimenta a nuestro pensamiento, es más frecuente que
basemos nuestra necesidad en el segundo. Cuando decimos que «necesitamos más» o
que se «nos está acabando», generalmente la emoción que está detrás de estas
afirmaciones es el miedo. Aun reconociendo que puede haber excepciones, he
colocado la palabra «miedo» a la cabeza de la categoría «emoción» en nuestra
tabla. Con estos elementos de la oración aparentemente simples, adquirimos una
claridad tremenda acerca del mecanismo de cómo y por qué nuestras oraciones
funcionan en el modo en que lo hacen.
Con los resultados de esta tabla delante, planteo
la siguiente pregunta: cuando unimos la emoción del miedo con el pensamiento de
«no tengo suficiente», ¿qué sentimiento obtenemos?
La respuesta suele ser el silencio. No me
sorprende, porque el sentimiento es distinto para todos. La palabra que
utilizamos para describir el sentimiento no es importante. Lo que importa es el
sentimiento.
-¡Venga! -les vuelvo a preguntar-. ¿Cómo os sentís
cuando pensáis que no tenéis dinero y experimentáis la emoción del miedo?
-¡Uf! -oigo exclamar desde algunas partes de la
sala. -¡Fatal! -dice alguien.
-Justamente -respondo yo-. Ahí es precisamente adonde quiero llegar.
-Justamente -respondo yo-. Ahí es precisamente adonde quiero llegar.
-A través de nuestros sentimientos, de la unión
invisible de pensamiento y emoción, escogemos las situaciones que condicionan
nuestra vida. Cuando imaginamos un resultado con el ojo de nuestra mente y
somos conscientes de la emoción que lo está alimentando, forjamos el
sentimiento. Para comprender lo que hemos creado, basta con mirar el mundo que
nos rodea. ¿Cómo vamos a crear dinero, relaciones y salud si los sentimientos
que alimentan a nuestra creación son «fatal» y «uf»? Los sentimientos de
desvalorización alimentan precisamente la creación de esa experiencia contraria
a la que deseamos tener en nuestra vida, el sentimiento de falta de autoestima.
Casi todas las personas presentes ya han escuchado los principios del
ejercicio. Quizá lo que les resulte nuevo sea la oportunidad de poder
comprender qué es lo que les había sucedido en el pasado cuando rezaban. Ahí es
donde empieza nuestra sanación.
Al repasar juntos estos ejercicios, en menos de
diez minutos, con la ayuda de un sencillo tablón para colgar hojas, es posible
ilustrar el mecanismo de lo que puede que sea el poder más grande de la
creación. ¡Es la dicha que surge de recordar nuestro poder para traer
bienestar, abundancia, salud, seguridad y felicidad a nuestras vidas, que se
había perdido en Occidente hace mil quinientos años! Además de identificar cómo
funciona nuestra tecnología interna de la oración, también tenemos que cambiar
los elementos de nuestra oración para que nos sirvan mejor en el futuro.
Tras decir esto, inmediatamente se establece esta
comprensión entre los participantes. Oigo un suspiro, luego otro y otro. Cada
uno acentuado con brotes de risitas nerviosas, quizás en un esfuerzo para
disipar la intensidad del momento. Al mirar los rostros de los asistentes, tengo
el privilegio de contemplar el inicio del milagro.
EL CALDO DE LA CREACIÓN
Con los años, he aprendido muchas cosas de las
personas que he conocido en distintos lugares. Aunque cada grupo de
participantes es único, hay aspectos universales que conectan a cada grupo de
cada ciudad con la experiencia común de formar una sola familia. Hacer una
pregunta es uno de esos aspectos. Hay personas que se arman de valor para hacer
una pregunta, mientras que otras, que se encuentran en el mismo lugar y se
están preguntando lo mismo, no lo expresen.
Algunas personas puede que sean conscientes de su
pregunta, pero se sienten cohibidas para exponerla delante de un grupo. Otras,
hasta que no la oyen en boca de otro no dicen: «Sí, yo me estaba preguntando lo
mismo». Yo disfruto con esos momentos. Nuestros grandes momentos de
comunicación se producen cuando hay la oportunidad de interactuar y aclarar
cosas entre todos.
En una de las primeras oportunidades que tuve de
presentar los conceptos de la oración en un taller, un señor que estaba sentado
en las primeras filas, lanzó un suspiro que todo el mundo pudo oír. ¡Sin duda
consiguió acaparar mi atención! Al mirarle, vi una expresión de inseguridad en
su rostro. Busqué un modo de reconocer la frustración del hombre sin mirarle
directamente, y quizá con ello hacerlo sentirse molesto; me dirigí entonces al
público y dije:
« ¿Hay alguna pregunta?»
El hombre del suspiro aprovechó inmediatamente la
oportunidad.
Era un hombre de unos treinta y cinco años, y tenía
un codo apoyado sobre la mesa que compartía con los demás de su fila. Apoyaba
informalmente la barbilla en su mano abierta situada debajo de la mandíbula.
Mientras me dirigía hacia él para escuchar su pregunta, colocó su lápiz sobre
la mesa cerca de su cuaderno de notas. Miré rápidamente la página que tenía
delante. Estaba llena de notas, diagramas y garabatos. Pude ver que este hombre
había estado ocupado. Comenzó a hablar con otro gran suspiro.
-Ya he oído esto antes -dijo, manteniendo la
barbilla apoyada en su mano-. Llevo muchos años en el «camino» y he estado con
muchos maestros. De un modo u otro, todos han dicho lo mismo. Lo que está
diciendo no es nada nuevo. Sin embargo, ha habido algo en lo que nunca había
caído en la cuenta hasta ahora. ¿De qué modo nuestros sentimientos internos
pueden tener algún efecto sobre lo que sucede en el mundo exterior?
Recordé la conversación que había tenido meses
antes con mi madre. La idea de que el componente sutil del pensamiento,
sentimiento y emoción pudiera tener algún efecto sobre el mundo físico de
moléculas, átomos y células era un misterio para mi madre, al igual que para
ese señor. Empecé con una explicación que he usado como una analogía en muchas
ocasiones con el paso de los años. Procede de un experimento que recuerdo haber
realizado en una fase temprana de mi vida para probarme los principios de los
que estábamos hablando.
-El caldo de la creación existe como un estado de
posibilidades -empecé-. Todos los componentes para cualquier cosa que podamos
llegar a concebir, incluyendo la propia vida, existen en ese estado de
posibilidad. Aunque allí están los componentes para formarlas, no hay ningún
desencadenante que las «empuje» a moverse. Esta idea es muy similar a hacer una
barra de caramelo de colores con una jarra de agua a la que le hemos añadido
mucho azúcar. Podemos añadir muchas cucharadas de azúcar en el agua y ver cómo
se disuelve y desaparece. Aunque ya no vemos el azúcar, sabemos que hay varias
cucharadas en esa agua.
»El azúcar permanece en el mismo estado, invisible,
hasta que llega algo que cambia las condiciones del agua. A eso lo llamamos
catalizador, algo que desencadena una nueva oportunidad para que el agua y el
azúcar interactúen. El desencadenante puede ser algo tan simple como colocar
una cuerda de fibra en el agua. Cuando el agua impregnada de azúcar se absorbe
en la cuerda, se evapora y se separa del azúcar. Al no haber agua, el azúcar se
cristaliza en una nueva expresión de sí mismo, en los diminutos cristales que
siguen las leyes del aire más que las del agua. Diferentes temperaturas y
presiones representan distintas leyes y producen cristales diferentes.
»Cuando creamos sentimientos sobre las cosas que
queremos experimentar en el mundo, estos son como la cuerda en la solución de
azúcar. Entre las posibilidades de la creación colocamos una imagen de
sentimientos, con la energía suficiente para hacer realidad una nueva
posibilidad. Sin embargo, la clave de este sistema es que la creación devuelve
precisamente lo que nos ha mostrado nuestra Imagen. La imagen le dice al caldo
creativo dónde hemos puesto nuestra atención. La emoción que asociamos a
nuestra imagen atrae la posibilidad de la misma. Cuando «no queremos» algo -Una
emoción que se basa en el miedo-, nuestro miedo está aumentando eso que no
queremos.
Estas leyes nos invitan a robustecer nuestras
elecciones centrándonos en las experiencias positivas que hemos elegido más que
preparándonos para las cosas negativas que no deseamos. La creación simplemente
produce la consecuencia de nuestro sentimiento, perpetuando aquello que hemos
imaginado. Este es el antiguo secreto de un modo olvidado de oración, algo que
se perdió en el siglo IV.
Vi el cambio de expresión en la cara del hombre. En
cuestión de segundos, este sencillo experimento, que hoy en día se realiza en
potes de mayonesa expuestos a la luz solar en innumerables alféizares de
ventanas de incontables aulas alrededor del mundo, explicaba una posibilidad
que le había desconcertado durante años.
Continuará...
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